Paleofilosofía

Propongo llamar paleofilosofía a la concepción silenciosamente dualista según la cual una línea de frontera nítida separa las ideas tradicionalmente consideradas meta-físicas de las categorías consideradas físico-naturales o "científicas". Los paleofilósofos no siempre niegan el valor de la ciencia, pero afirman una discontinuidad entre los métodos y la función de la filosofía y de la ciencia. Lo que otros han llamado Modelo Standard de la Ciencia Social no sería algo muy distinto a la asunción de la paleofilosofía como presupuesto e ideología de la ciencia social, al postularse también una ruptura entre las ciencias naturales y espirituales.

Pero filosofía y ciencia no son discontinuas. En primer lugar, porque la base de la ciencia empírica es una peculiar "filosofía", una actitud materialista hacia la experiencia basada en el supuesto progresivamente confirmado de que el orden del mundo puede describirse de acuerdo con un conjunto de leyes físico-naturales homogéneas y consilientes. En segundo lugar, no hay razón alguna para seguir presentando la filosofía o las ciencias sociales de un modo metafísico e independentista. Una corriente conocida como Filosofía Experimental investiga últimamente las nociones filosóficas recurriendo a los mismos métodos cuantitativos y cualitativos empleados por las demás ciencias. En un sentido compatible, lo que llaman Neurofilosofía, junto con las ciencias modernas de la cognición, obligan a constreñir positivamente nuestras ideas paleofilosóficas y de sentido común, recurriendo también al trabajo experimental.

Problemas típicos de la paleofilosofía, como la naturaleza de la conciencia, la relación entre los estados mentales y los del cerebro, o el mismo libre albedrío, hace ya décadas que han dejado de ser inaccesibles a la ciencia experimental. No hay ninguna razón sólida para sostener que incluso lo que llaman "problema duro" (hard problem) de la conciencia permanezca como una atalaya metafísica inaccesible a la neurobiología. Tampoco lo que llama Shermer el problema "realmente duro" (the really hard problem), es decir, el problema de la neurocultura, puede aclararse lo más mínimo apelando a la independencia de las ciencias de la cultura. La conciencia y la producción de la cultura no son incógnitas que deban despejarse de un modo substancialmente distinto a otras incógnitas naturales como la cognición, la memoria o la percepción.

El siguiente texto de Patricia Churchland podría parecer algo visionario en el momento de su publicación, pero hoy ya no es en absoluto remoto:
Las cuestiones, tanto si son preguntadas por filósofos o por neurocientíficos, forman parte todas ellas de la misma investigación general, incluyendo algunas cuestiones que encuentran un hogar natural tanto en la filosofía como en la neurociencia. En cualquier caso, les alimenta una misma curiosidad, y quizás sea mejor verlas como cuestiones sobre el cerebro y la mente -o la mente-cerebro- más que como cuestiones para la filosofía, para la neurociencia o para la psicología. Las distinciones administrativas tienen un propósito en la medida en que proporcionan un espacio de oficinas y salarios, pero no deberían dictar los métodos o constituir impedimentos para facilitar el intercambio. Con esto no se niegan las divisiones del trabajo -de hecho dentro de la neurociencia existe división del trabajo- sino que se argumenta que tales divisones ni implican ni justifican unas diferencias radicales de metodología.
Lo que se postula no es tanto el "cientifismo" -con frecuencia el gruñido dogmático favorito de los reaccionarios- o la indiferenciación de ciencia y filosofía, cuanto que la continuidad del conocimiento. El mismo criterio que preside la relación entre hechos y teorías científicas, enunciados teóricos y enunciados observacionales, debe regir también en la filosofía: por alejadas que se encuentren las teorías de la experiencia, finalmente son sólo interesantes si descansan sobre la experiencia. De alguna manera se recupera la teoría empirista de las ideas, expuesta por Hume, aunque de un modo crítico con la identidad presupuesta de experiencia y sentido común. De hecho, a menudo el mundo que describen las ciencias termina retando la experiencia común. La verdadera actitud científica (materialista, naturalista), en consecuencia, favorecería lo contrario de una imaginación dogmática: una apertura flexible a nuevos y con frecuencia desafiantemente "extraños" fenómenos.

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