Del positivismo al naturalismo

Si existiera un Nobel de filosofía (otro de esos poco comprensibles huecos de los premios suecos), Willard Van Orman Quine debería haber sido uno de los premiados por su contribución tan importante al paso crítico del positivismo al naturalismo. No es cierto que en filosofía el "progreso" esté ausente.

Junto con los presupuestos básicos de la concepción empirista de la ciencia (programa reduccionista, separación nítida entre hechos y teoría, teoría verificacionista del significado), el empirisimo lógico, vía Frege y Russell, había favorecido una concepción de la mente basada en la idea de una máquina lógica que operaba fundamentalmente mediante proposiciones. A partir de Pierre Duhem y, sobre todo, de W.V.O. Quine, en cambio, será posible pasar de la teoría verificacionista del significado a una teoría del significado en red en la que ya no se conciben experimentos cruciales para falsificar una hipótesis, sino que tiende a entenderse que el destino de las mejores teorías depende de una compleja red de términos teóricos, hipótesis auxiliares y términos observacionales. Ninguna hipótesis fallida, en singular, puede falsificar una gran teoría.

Pero quizás la aportación más importante de Quine consiste en el golpe mortal que asesta a la filosofía primera, es decir, a la metafísica tradicional. En contra de la asunción cartesiana, ya puesta en solfa por Kant, no existe ningún acceso privilegiado a la conciencia. Dando un paso más allá del apriorisimo kantiano, las categorías de la conciencia y con ellas toda la epistemología deben ser naturalizadas, es decir, reunidas con el resto de las ciencias naturales.

En su Neurofilosofía [1] (Neurophilosophy, 1984) Patricia Churchland se explicaba así:
Una consecuencia del punto de vista de Quine es que incluso nuestras convicciones epistemológicas sobre lo que es adquirir conocimiento y sobre la naturaleza de la explicación, la justificación y la confirmación -sobre la naturaleza misma de la empresa científica- están sujetas a revisión y corrección. A medida que entendemos cómo funciona el cerebro, llegaremos a entender como es que el cerebro "teoriza", es "racional" o "comprende". Descubriremos principios generales de las operaciones del cerebro que tal vez cambien, y cambien radicalmente, nuestras concepciones epistemológicas existentes.

En en este sentido que no hay una primera filosofía. No hay un cuerpo de doctrina filosófica relativa a la ciencia y la epistemología tal que podemos estar seguros de que todas las ciencias deban conformarse a su verdad. Como remarca Quine, no hay un punto arquimédico fuera de todas las ciencias desde el que podamos pronunciarnos sobre la aceptabilidad de las teorías científicas. Al abandonar el punto de vista de que hay una filosofía Primera e Inviolable, Quine nos urge a adoptar una metáfora establecida por Neurath: "La ciencia es cómo un barco que reconstruimos pieza a pieza mientras navegamos en él. El filósofo y el científico están en el mismo barco."
Estamos a bordo del "Otto Neurath", navegando en aguas procelosas. Lo que, por cierto, no es algo muy distinto a la propuesta de una "tercera cultura" en la famosa conferencia de C.P Snow de 1959.

Lo más curioso, o no, es comprobar como la antigua crítica izquierdista (Frankfurt) de la Ilustración se ha ubicado hoy en el conservardurismo religioso y populista que, en lugar de enfrentar la realidad, prefiere maltratar a sus muñecos de paja favoritos (¿quién defiende hoy el racionalismo "apriorista" o el positivismo vienés tal cual?).

[1] Obra no traducida y poco conocida en el ámbito español. Por entonces (¿sólo entonces?), los clérigos se deleitaban con la hermenéutica, y los laicos con el posmodernismo.

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