El complejo de Saturno

El significado del término "Estado" alude tanto al tiempo como al espacio. "Estado" proviene del latín "Status", que es el participio pasado de stare (estar, permanecer) y sirve para designar tanto el punto o situación que alcanza una cosa o persona, como la misma sociedad civil, en especial en relación al espacio o territorio que ocupa.

Si bien es verdad que, como el Saturno (o Cronos) de la mitología (al fín y al cabo el dios de la agricultura, precondición del poder político), el miedo al poder ilimitado ha sugerido poderosas metáforas en donde se identificaba la política con un monstruo devorante (Leviatán, Behemoth...), no es cierto que la "tradición liberal" haya asociado siempre el estado con una "organización criminal". En cualquier caso la metáfora del estado como "banda de ladrones" sólo pretendía designar al estado sin justicia (Cicerón: "Donde no hay justicia no hay república"). Sí es cierto, en cambio, que la tradición friki establece esta irresponsable comparación constantemete.

La tradición liberal característica de Occidente, que establece una diferencia esencial entre el poder político y el espiritual, y se niega a reconocer en el Estado a un Dios, da comienzo en Roma, pese a ser aquella una sociedad esclavista y pese a excluir a las mujeres, los clientes y los plebeyos del derecho político. A diferencia de Egipto, Roma nunca llega a confundir las nociones de Rey y Dios. El rey de la monarquía romana no lo es por la gracia de Dios, sino que es entendido como el propietario simbólico de la ciudad, sin llegar a confundirse nunca sus dominios particulares con aquellos propios del Estado. Originalmente, la función del rey estaba limitada por el senado y el pueblo, únicos capaces de declarar justas guerras, de acuerdo con el favor de los dioses. Además, a diferencia de las leyes de Licurgo, el Estado romano no puede arrebatar los hijos o la heredad de los ciudadanos (aunque sí esclavizarlos o incluso ejecutarlos).

Es importante recordar que, si bien el Demos procede de la Casa, el estado romano neutraliza, en un punto decisivo, la influencia política de la familia, un hecho ya conocido desde Aristóteles: "El estado no representa la asociación de las familias reunidas, sino la comunidad de todos los ciudadanos" (Theodor Mommsen, Historia de Roma). El individuo, como ciudadano, debe desarrollarse líbremente fuera de la familia. En el Estado, los ciudadanos se llaman "patricios" (patres, patricii) o hijos de padres, pues sólo ellos tienen un padre en el sentido del derecho político.

Principalmente debemos a Friedrich Hayek la versión moderna del mito político de Saturno, que contemplaría al Estado como el caníbal con las fauces abiertas pintado por Goya o Rubens. Esgrimiré dos razones para rechazar el argumento de Hayek, una de carácter histórico y otra de carácter lógico.

La razón más obvia tiene que ver con su fracaso histórico. En efecto, la tesis principal de Camino de servidumbre fué defendida ardientemente por Churchill antes de caer derrotado por el laborista Clement Attlee, inmediatamente después de concluir la segunda guerra mundial. Ante el temor de que una ampliación del "socialismo de guerra" condujera a Gran Bretaña a una situación autoritaria Churchill alertó, en un discurso de 1945: "Ningún sistema socialista puede establecerse sin una policía política. Deberían regresar a alguna forma de Gestapo". Pero, pese a sus evidentes deficiencias, es evidente que el laborismo no resucitó a la Gestapo, ni el sistema del "bienestar" terminó desembocando en el Gulag.

La segunda razón posee un carácter lógico, y se relaciona con el tipo de equilibrio que tienden a alcanzar necesariamente el proceso de mercado y el proceso político. El argumento ha sido establecido con toda claridad por el jurista norteamericano Richard A. Epstein: un gobierno sin economía de mercado producirá muy poco, y en consecuencia no podrá recaudar impuestos. En consecuencia, cualquier gobierno deberá establecer siempre algún límite sobre sus propios poderes para confiscar, recaudar impuestos y regular la economía. El estado limitado, lejos de ser ninguna utopía, es una realidad práctica tanto como una necesidad lógica.

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