La banda de ladrones

¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje? - Lo mismo que a tí, respondió, el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruina galera, me llaman bandido, y a tí, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador.

- Cicerón, De republica, 3.14

La metáfora del estado como "banda de ladrones" es casi tan antigua como la civilización clásica. Muy anterior a Kelsen y otras versiones positivistas modernas. San Agustín, que en alguna ocasión se ha mencionado como antecedente del anarquismo político, trataba así el asunto en La ciudad de Dios (Capítulo IV, Libro IV):
Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de ladrones a gran escala? Y estas bandas, ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta cuadrilla se la van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos: abiertamente se autodenomina reino, título que a todas luces le confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda.
Por supuesto, el de Hipona conocía muy bien que un estado no puede ser meramente una "banda de ladrones" y utiliza esta metáfora para describir al estado sin justicia.

El reconocimiento de lo político (Mt. 22, 15-21) forma parte de la más antigua tradición del derecho cristiano. Y precisamente a partir de este reconocimiento tiene sentido la distinción entre Iglesia y Estado, la recomendación de que los clérigos no tomen parte en los asuntos seculares e incluso la doctrina gelasiana de las "dos espadas", la más afín al iusnaturalismo, donde el Papa conservaba una posición hegemónica sobre el Emperador.

Publica hoy Daniel Rodríguez Herrera un comentario muy ecléctico donde se recuerda este origen "bandolero" de la política. Al fín y al cabo, lo que nos viene a decir es que "unos y otros", anarquistas y liberales (¿y por qué no también marxistas? ¿y adventistas del séptimo día?), pueden tener razón, que todo sistema de ideas es inestable, y que la controversia sólo se resolverá adecuadamente -como si dijéramos- en "el fín de los tiempos", un punto de fuga situado más allá del alcande de "nuestras vidas". Y mientras tanto, ¿aquí y ahora?

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