El pueblo de los 7.000 años

Unos comentarios descritos como racistas de James Watson en Sunday Times han provocado el ruido y la furia de medio planeta. La sugerencia de que los africanos podrían haber desarrollado una inteligencia inferior a la de los occidentales, debido a su aislamiento geográfico los últimos miles de años, viene a cuestionar el esfuerzo de muchos otros biólogos por demostrar la confluencia genética de los seres humanos, hasta el punto de que la variable racial podría explicar menos del 7% de las diferencias (según el estudio clásico de Lewontin). Pero Watson también consigue enfrentarse con las ideas corrientemente defendidas por liberales y por "altermundistas". Los liberales insistirán en que la causa del fracaso de la ayuda externa no descansa en las características genéticas de los africanos, sino en los obstáculos de la libertad económica o el colapso de la planificación estatal. Por su parte, la izquierda podrá salir fácilmente al paso elaborando alguna versión de la teoría imperialista (y capitalista) de la explotación. Por si esto fuera poco, las hipótesis o especulaciones no probadas de Watson también desencadenan la "biofobia" convencional de los medios y buena parte de la Academia, al menos en el sector "humanista": ¿Qué hace un genetista loco abordando problemas políticos y sociales?

Esta súbita obsesión global por la genealogía de los africanos ha tenido un correlato local previo que, sin embargo, ha pasado algo más despercibido. Porque si los africanos cuentan con 50.000 años de evolución propia, los vascos, según el lehendakari, constituyen un tenaz pueblo de 7.000 (al parecer, se trata de un cliché que el mandantario utiliza de modo habitual; pese a no ajustarse precisamente a la verdad). En consecuencia, de acuerdo con la estimación de Ibarreche (que demostró una vez más estar más cerca de la nación étnica que de la nación política), resulta que los vascos estamos más cerca de los austropitecos que los extremeños...

La fijación genealógica ha sido un rasgo tradicional de los vizcainos desde el siglo XVI, cuando recogieron oportunamente la tradición de los primeros españoles cultos que intentaron fundamentar el origen único de los íberos. Un rasgo ni tan siquiera genuinamente español, pues Juaristi refería que los franceses también creían descender de Noé, y que los germanos se jactaban de descender de Tuisto. El "tubalismo" resultaba entonces especialmente útil para justificar la limpieza de sangre de los vizcaínos que aspiraban a ocupar las sillas de la administración imperial, al sentirse estos los descendientes legítimos de Jafet y, en consecuencia, separados del linaje de Sem (del que provendrían árabes y hebreos) y de Cam (dando lugar a pueblos de "esclavos naturales").

En cierto modo, el "pueblo de los 7.000 años" viene a ser la actualización pseudocientífica del viejo mito de Túbal. La manía del "hecho diferencial", aunque esta vez sea a costa de parecerse más a los australopitecos, o de poseer una mayor frecuencia del alelo r (rhesus; cuya consecuencia conocida es una superior vulnerabilidad de los recién nacidos para padecer una enfermedad hemolítica).

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