El pueblo de los 7.000 años

Esta súbita obsesión global por la genealogía de los africanos ha tenido un correlato local previo que, sin embargo, ha pasado algo más despercibido. Porque si los africanos cuentan con 50.000 años de evolución propia, los vascos, según el lehendakari, constituyen un tenaz pueblo de 7.000 (al parecer, se trata de un cliché que el mandantario utiliza de modo habitual; pese a no ajustarse precisamente a la verdad). En consecuencia, de acuerdo con la estimación de Ibarreche (que demostró una vez más estar más cerca de la nación étnica que de la nación política), resulta que los vascos estamos más cerca de los austropitecos que los extremeños...
La fijación genealógica ha sido un rasgo tradicional de los vizcainos desde el siglo XVI, cuando recogieron oportunamente la tradición de los primeros españoles cultos que intentaron fundamentar el origen único de los íberos. Un rasgo ni tan siquiera genuinamente español, pues Juaristi refería que los franceses también creían descender de Noé, y que los germanos se jactaban de descender de Tuisto. El "tubalismo" resultaba entonces especialmente útil para justificar la limpieza de sangre de los vizcaínos que aspiraban a ocupar las sillas de la administración imperial, al sentirse estos los descendientes legítimos de Jafet y, en consecuencia, separados del linaje de Sem (del que provendrían árabes y hebreos) y de Cam (dando lugar a pueblos de "esclavos naturales").
En cierto modo, el "pueblo de los 7.000 años" viene a ser la actualización pseudocientífica del viejo mito de Túbal. La manía del "hecho diferencial", aunque esta vez sea a costa de parecerse más a los australopitecos, o de poseer una mayor frecuencia del alelo r (rhesus; cuya consecuencia conocida es una superior vulnerabilidad de los recién nacidos para padecer una enfermedad hemolítica).