Las Naciones Unidas, contra los Derechos del Hombre
Publicado por Licra: Ligue Internationale Contre Le Racisme et l'e Antisémitisme, y el pasado 28 de Febrero en Le Monde (Vía Neoconomicón). La traducción es informal y sujeta a revisión:
¿Será 2008 el año en que las Naciones Unidas celebra su 60 aniversario y simultáneamente destruye sus propios principios? Hay razones, de hecho, para una gran preocupación en la medida en que la institución ha extraviado su camino en los años recientes, convirtiéndose en una caricatura de sí misma.
En el 2001, las ONU patrocinó la Conferencia Mundial sobre Racismo, situada en Durban, África del sur, la ciudad donde Gandhi comenzó su carrera. Se cantaron las frases "Muerte a América" y "Muerte a Israel" en el nombre de los derechos de los pueblos. En el nombre del relativismo cultural, todo permaneció en silencio en frente de la discriminación y la violencia contra las mujeres.
Alarmados por los serios problemas que esto ocasionó dentro de la Comisión de Derechos Humanos, en junio de 2006, las Naciones Unidas lanzaron un nuevo Consejo de Derechos Humanos, orientado a corregir estas tendencias profundamente turbadoras. Hoy, el cuadro es especialmente desolador. Estamos asistiendo a la consagarción de esta misma deriva en la perspectiva del foro de Durban, que tomará forma en 2009. Lo que es peor, si estas son las nuevas normas para una nueva y muy particular Declaración de los Derechos del Hombre, esto supone la muerte de la universalidad de los derechos.
A través de sus procesos internos, las coaliciones y alianzas que están formándose, los discursos que están lanzándose, los textos que están negociándose y la terminología que está empleándose están destruyendo la libertad de expresión, legitimando la opresión de las mujeres y estigmatizando sistemáticamente a las democracias occidentales. El HRC se ha convertido en una máquina de guerra ideológica dirigida contra sus propios principios fundadores. Desconocida para los mayores medios de comunicación, día tras día, sesión tras sesión, resolución tras resolución, una política retórica se está forjando para leigtimar los actos que seguirán a la violencia del mañana.
Una "Triple Alianza", compuesta por la Organización de la Conferencia Islámica, representada por Pakistán, el Movimiento de No Alineados, en el que juegan un papel central Cuba, Venezuela e Irán; y China, con el consentimiento cínico de Rusia, está trabajando para lanzar una revolución supuestamente "multicultural". Doudou Diène, el Reportero Especial de las Naciones Unidas sobre las Formas Contemporáneas de Racismo, ha establecido en este sentido que criticar el burka constituye un ataque racista, que el secularismo arraiga en el comercio de esclavos, la cultura colonialista, y que la ley francesa que prohibe a los estudiantes llevar símbolos religiosos en la escuela constituye racismo anti-musulmán, conocido ahora como "Islamofobia occidental".
Se alcanzan nuevas cotas de confusión en el pensamiento cuando toda crítica de la religión se denuncia como racismo. Las Naciones Unidas están sancionando una amenaza radical contra la libertad de pensamiento. Al enlazar cualquier crítica de estos abusos por parte de aquellos en nombre del Islam con el racismo, supuestamente un producto del pensamiento neocolonialista- los portavoces de esta nueva alianza están apretando la cuerda que ellos mismos han situado en el cuello de su gente. Están minando los fundamentos de la civilización alcanzada por Europa, a un gran coste, tras las guerras de religión.
En septiembre de 2007, Louise Arbour, Alto Comisionado de los Derechos Humanos, participó en una conferencia en Teherán dedicada a "Los Derechos Humanos y la Diversidad Cultural". Llevando el velo, tal y como requería la ley de la república islámica, el Alto Comisionado fué un testigo pasivo del pronunciamiento de los principios por venir, que pueden ser resumidos así: "una ofensa contra los valorse religiosos es considerada como racista". Aún peor, en los días siguientes a la visita, ventiún iraníes, incluyendo varios menores, fueron ejecutados en público. El presidente Ahmadinejad renovó su llamada, en su presencia, a la destrucción de Israel, un estado miembro de las Naciones Unidas creado por esta misma organización. Preguntada a cerca de su silencio, el Alto Comisionado justificó su pasividad como un signo de respeto hacia la ley islámica hacia la que, como jurista, se sentía limitada y comprometida para "no ofender a sus anfritiones". "La casa de un hombre es su castillo", dijo el Dr. Goebbels. Utilizaba este argumento oportunista al hablar antes de de que la Liga de las Naciones de 1933 rechazara toda crítica de una institución internacional impotente, si bien aquellos principios fueron, al menos, respetados, a diferencia de los actuales de las Naciones Unidas.
Los grandes crímenes políticos han necesitado siempre de palabras que los justificaran. El discurso precede el movimiento de la acción. Los ejemplos abundan, desde el Mein Kampf a la estación de radio Mille Collines, desde Stalin a Pol Pot, confirmando la necesidad de exterminar al enemigo del pueblo en el nombre de la raza, la emancipación de las masas oprimidas o un orden supuestamente divino. Las ideologías totalitarias han sustituído a las religiones. Sus crímenes y promesas incumplidas sobre un "radiante futuro" han invitado a Dios para que regrese a la política. El más grande crimen terrorista de la historia fué cometido en el nombre de Dios el 11 de Septiembre de 2001, justo un día después de que finalizara la Conferencia de Durban.
Frente a esta estrategia, las democracias -preocupadas principalemnte por sus balances comerciales- demuestran una extraordinaria pasividad. ¿Qué importa el destino del pueblo tibetano en comparación a las exportaciones a China? ¿Cuál es el precio de la libertad para Ayaan Hirsi Ali, ex parlamentaria holandesa, amanezada de muerte tras de que su amigo, el cienasta Theo Van Gogh, fuera asesinado en 2002, acusado de blasfemia por su película "Sumisión"? Los ejemplos de Taslima Nasreen, Salman Rushdie, Robert Redeker y Mohamad Sifaoui prueban que los islamistas fundamentalistas imponen su ley a través del terror. ¿Cuántos argelinos, cuántas mujeres en África del norte, el próximo oriente, Turkía y Pakistán han pagado ya con sus vidas por rechazar someterse al oscurantismo religioso?
Si por alguna desgracia, la ONU fuera a apoyar tales criterios, si la blasfemia llegara a considerarse racismo, si el derecho a criticar la religión se convirtiese en ilegal, si las leyes religiosas fueran inscritas dentro de la norma internacional, esto constituiría una regresión de desastrosas proporciones y una radical perversión de nuestra tradición de lucha contra el racismo, que ha tenido lugar y puede continuar, sólo bajo la absoluta libertad de conciencia. La Asamblea General de 2007 ya ha empezado a aprobar textos que condenan ciertas formas de expresión consideradas como difamatorias para el Islam. El tema está claro y es global: estamos tratando con la defensa de las libertades individuales. A menos que las democracias vuelvan a tomar el control sobre sí mismas, siguiendo el ejemplo de Canadá, que acaba de anunciar que no participará en Durban II, percatándose de que el evento podría estar "marcado por declaraciones de intolerancia y antisemitismo", y a menos que no se abstengan más y dejen de votar a favor de resoluciones contrarias a los ideales universales de 1948, el oscurantismo religioso y su desfile de crímenes políticos triunfará, bajo los buenos auspicios de las Naciones Unidas. Y cuando las palabras del odio se conviertan en acción, nadie podrá decir: "No lo sabíamos".