¿Darwin racista?

Y no se trata de negar que los regímenes totalitarios nazi o comunista participaron, en alguna medida, de la exaltación positivista de la ciencia y la técnica. Tampoco se oculta que existieran de hecho "científicos" racistas. Lo que se cuestiona es el alarido reaccionario de siempre, esa insidiosa presentación del racismo nazi o la eugenesia sueca como una derivación necesaria de las ideas de Darwin, como si las influencias tradicionales religiosas, místicas y románticas -el "ejemplo Speer"- no contaran en absoluto. En sentido contrario, ¿acaso diremos que los cristianos propagan hoy el infanticidio (Génesis 22; Números 31; Deuteronomio 21:18-21; Jueces 11:29-40) el "justo" genocidio (Isaías 10:22) o la esclavitud (Éxodo 21:20; Levítico 25:44-46; Efesios 6:5) sólo por unos "pocos" apoyos bíblicos?
Pero es que Darwin no era nada parecido a un "racista", ni tampoco un partidario de la eliminación de los débiles. Como casi todos los hombres cultos de su época, Darwin distinguía entre las "razas civilizadas" y las "razas salvajes", pero era un ponente a favor del monogenismo, que descartaba el origen diverso de las variedades o "razas" humanas, y consideraba el cuidado de los débiles un progreso moral arraigado en la evolución natural de la simpatía. Es la moral natural, principalmente, la que nos permite pasar del "espectáculo de la desgracia" a la simpatía y la socialidad:
Cabe destacarse que el autor del artículo (donde se confuden sin mayores inconvenientes las opiniones de Darwin con las de Herbert Spencer o Francis Galton) referido por Barcepundit, Tony Campolo, sea una antiguo asesor de Bill Clinton, acreditando de nuevo que los autoproclamados "progresistas" llevan muy escasa ventaja a los llamados "conservadores" en esto de la racionalidad, la honestidad y la ciencia.Los instintos sociales, que es indudable fueron adquiridos por el hombre y los animales inferiores para el bien de la comunidad, deberion desde el principio infundir en el hombre algún deseo de ayudar a sus semejantes, algún sentimiento de simpatía y le impelieron a contar con la aprobación o desaprobación de sus semejantes. Impulsos de esta clase, desde un principio debieron servirle de forma grosera para distinguir lo bueno de lo malo. Más a medida que el hombre fue perfeccionando su inteligencia; a medida que fue comprendiendo todas las consecuencias de sus actos, a medida que adquirió conocimiento suficiente para desechar costumbres funestas y vanas supersticiones; a medida que empezó a mirar más y más, no sólo al bienestar, sí que también la felicidad de los prójimos; a medida que el hábito del ejemplo y de una experiencia beneficiosa, producto de la instrucción, fue desarrollando sus simpatías y extendiéndolas a los individuos de todas razas, al imbécil, al lisiado y a todos los miembros inútiles a la sociedad, y finalmente a los mismos animales inferiores, no hay duda que entonces el nivel de su moralidad fue progresivamente elevándose más y más.
El origen del hombre, Capítulo IV