En busca del primate hippy

A pesar de su estrecha semejanza anatómica y genética con los chimpancés (Pan troglodytes), los bonobos (Pan paniscus) son considerados una especie aparte desde hace aproximadamente un siglo. En estado salvaje, pueden encontrarse únicamente en la República Democrática del Congo, donde habitan el bosque lluvioso de Congo Basin (en cautividad se conservan alrededor de dos centenares de invidivuos). Al parecer el antepasado común de Troglodytes y Paniscus se dividió hace unos dos millones de años y el aislamiento geográfico dió lugar a desafíos ecológicos dispares que explicarían algunas de las más importantes diferencias conductuales entre las dos especies (mientras que los chimpancés deben competir por los recursos con otros primates y habitan zonas ecológicamente más variables, los bonobos ocupan en soledad su "pico adaptativo" en un hábitat mucho más homogéneo).

Los bonobos han traspasado la cultura popular como los "chimpancés hippis". En años recientes estos primates ligeramente más pequeños que sus parientes próximos han llegado a convertirse en todo un símbolo colectivo del carácter pacífico y del sexo libre en la naturaleza. Gracias a las obras de Frans de Waal un mundo de divertidas dicotomías se ha abierto a los ojos del gran público: los bononos organizan su vida de modo pacífico sin la ansiedad jerárquica de los chimpancés, las hembras dominan a los machos y parecen ser sexualmente receptivas incluso en momentos incompatibles con la fertilidad. Los chimpancés son de Marte y los bonobos de Venus.

En 1991 National Geographic envió a Frans Lanting a fotografiar bonobos en Wamba. A pesar de que una buena parte del reportaje fotográfico mostraba actos sexuales explícitos, la revista decidió publicar únicamente las imágenes más suaves. Sólo tras contactar con de Waal, la revista alemana Geo decidió publicar las imágenes más atrevidas (incluyendo una cópula en portada). La dicotomía alcanzaba así incluso a los continentes: los americanos son conservadores, y los europeos son progresistas...

Aprovechando el impacto mediático, los experimentos de Sue Savage-Rumbaugh que habían resaltado las habilidades de Kanzi, un bonono inusualmente dotado para la comunicación con humanos, y las observaciones en cautividad, de Waal publica en 1997 (junto con Lanting) Bonobo: The forgotten ape, texto principalmente responsable de filtrar en el público la nueva imagen del "primate hippy". Los bonobos representaban la esperanza de salvar la imagen no solo del buen animal salvaje, sino también de nuestra propia buena naturaleza, unos supuestos puestos en entredicho por las guerras de chimpancés documentadas por Jane Goodall en 1974 y por la penosa insistencia de algunos antropólogos "conservadores" en acreditar el origen violentamente hobbesiano de las culturas humanas...

Ian Parker recopila en un excelente artículo algunas de estas insinuaciones mediáticas favorables al primate hippy. The Washington Post se refería a su "incesante" actividad sexual. Times los consideraba el ejemplo de la amistad natural. Un documental de la cadena de televisión pública norteamericana comenzaba así: "Allí donde los chimpancés luchan y asesinan, los bonobos son pacificadores. Y, a diferencia de los chimpancés, no son los machos sino las hembras las que tienen el poder". Entre nosotros, Jacinto Antón escribía en El País: "hay una especie de grandes antropoides que es una adelantada -incluso por delante de nosotros- en un género de libertad: la sexual". La terapeuta Susan Block llegó a recomendar sustituir la war on terror...por sexo (Sex not bombs) siguiendo el modo Bonobo. Dentro de la Iniciativa para la Conservación del Bonobo se comercializan camisetas online con el lema: Salva al Chimpancé Hippie. Son así de explícitos en su definición:
Los bonobos parecen adscribirse al credo hippie de los años sesenta: "Haz el amor y no la guerra". Hacen mucho el amor, y lo hacen de todos los modos concebibles. Más aún, también son muy amorosos, mostrando cuidado y comprensión los unos por los otros de muchas maneras. El sexo dentro de la sociedad bonobo trasciende a la reproducción, al igual que lo hace en los humanos. Sirve como un modo de intercambiar energías y compartir placer.
A pesar de ser uno de los "grandes simios" (junto con el gorila, el chimpancé y el orangután), el bonobo no ha recibido hasta la fecha una atención científica sobre el terreno demasiado intensa. Los primeros intentos de estudiarlos en su hábitat salvaje datan de los años setenta, y desde entonces han sido intermitentemente interrumpidos debido a la dificultad para acceder a sus nichos y el alto nivel de conflictividad político que sufre la República Democrática del Congo (cuatro millones de víctimas desde 1998).

Gottfried Hohmann es una excepción. Su libro sobre el bonobo aún está por escribir, y sólo verá la luz cuando las hipótesis actualmente en discusión sean suficientemente contrastadas. Hasta entonces, aún pueden guardarse un buen número de sospechas y razones para dudar del relato del "primate hippy". Algunas asunciones populares aparentemente violan las leyes elementales de la ecología: ¿por qué los machos no utilizan su superioridad física para dominar a las hembras? ¿Podemos estar seguros del significado sexual de algunas conductas? ¿Hasta qué punto es posible extrapolar la investigación con bonobos en cautividad a la llevada a cabo en estado natural?

Ante todo, lo que convierte al relato sobre el "primate hippy" en sospechoso es que se trata de una vieja historia conocida. El mito del "buen salvaje" como contraparte del violento civilizado había ejercido ya una poderosa influencia en los estudios de antropología cultural del siglo XX. Los informes más conocidos proceden de Margaret Mead, una de las principales representantes, junto con Ruth Benedict, de la escuela de "cultura y personalidad". Continuando la labor de Franz Boas, Benedict y Mead trabajaron dentro de un paradigma teórico posteriormente descrito por Tooby y Cosmides como el "Modelo Standard de las Ciencias Sociales", donde se primaba el estudio de la cultura desde el punto de vista del aprendizaje social. El oficio del antropólogo consistía en descubrir "patrones culturales" que permitían describir la personalidad en términos de configuraciones culturales más amplias. Según Mead, la naturaleza humana era una especie de "masa maleable", por lo que la ternura o la agresividad son características esencialmente culturales, no naturales. Además, Mead era también una importante militante feminista: el principal problema de la cultura es "definir la situación del hombre", redefinir la identidad masculina.

Coming of age in Samoa o Sex and temperament suelen ponerse como ejemplos del poderoso influjo negativo ejercido por los prejuicios progresistas en la praxis científica y a veces como una advertencia de los terribles peligros del "cientificismo". Sin embargo, el trabajo de Mead no ha sido cuestionado sólo por su ideología progresista, sino también por su incorrecta metodología de trabajo, y el nuevo cuadro que nos ofrece Derek Freeman no destaca tanto por ser ideológicamente correcto, cuanto por estar mucho mejor respaldado por las evidencias.

Las características dicotómicas que de Waal asigna a los bonobos y los chimpancés parecen directamente paralelas a las disyuntivas que presentó en su día Margaret Mead. Los bonobos y los arapesh son pacíficos y maternales, buenos salvajes, mientras que los mundugumor (y los chimpancés) son guerreros y patriarcales. Si la cultura occidental debía revisar su ideología de género proyectándose en los ejemplos de "sexo libre" y matriarcalidad de Samoa, ahora la naturaleza humana debe mirarse en el espejo del bonobo, no en el del violento chimpancé. Los presupuestos ideológicos no son dispares. Mead pretendía documentar la existencia de alternativas antropológicas al patriarcalismo occidental. Y de Waal parece empeñado en reivindicar hoy una versión roussoniana moderada sobre la bondad natural del ser humano.

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