Los científicos y las paraciencias
Estos días todos los medios de comunicación han difundido la noticia sobre la "profecía" desvelada de sir Isaac Newton, que preveía el fín del mundo para el 2060 basándose en ciertos cálculos a partir del libro bíblico de Daniel. Los detalles del descubrimiento se reunirán en la Universidad Hebraica de Jerusalén, con motivo de una exposición sobre "Los secretos de Newton". Pero la iniciativa de dar a conocer los escritos "esotéricos" de Newton contaba ya con unos años, y algunos textos pueden incluso consultarse en The Newton Project.
Como muchos otros "hombres de ciencia", Newton no practicaba un racionalismo o un materialismo sin tacha. Esto no es extraño, dado que desde el principio de la episteme humana las concepciones místicas y religiosas han estado cruzándose con las concepciones científicas. Empezando por Pitágoras que, sin perjuicio de su teorema, proporcionó a su escuela toda clase de normas místicas y decretos extravagantes (como no comer nunca alubias). El mismo Platón sucumbió a las doctrinas órficas sobre la anámnesis del alma inmaterial e incluso llegó a confiar el porvenir de su república perfecta en cierto "número geométrico" que pretendía conservar la pureza de las castas dentro del estado. Otro ejemplo pintiparado lo tenemos en Giordano Bruno, que no fué precisamente ningún "mártir de la ciencia", sino un "mártir de la magia" que proponía sustituir el Dios judeocristiano por el egipcio Tot.
La mezcla de ciencia y religión (o magia) durante toda la edad antigua y medioevo era tan frecuente que de hecho llegaron a formar un "bloque" más o menos compacto que sólo logró ser "descompactado" en un proceso accidentado y laborioso, gracias a la victoria de la ciencia experimental. La ruptura de este bloque ciencia-filosofía, como lo ha llamado Gustavo Bueno, nunca ha dejado de provocar convulsiones, y se diría que la nostalgia por aquella unidad originaria, aunque imaginaria, regresa cíclicamente (desde dos perspectivas diferentes: Titus Burkhardt: Ciencia moderna y sabiduría tradicional, Joseph Ratzinger, Discurso de Ratisbona).
Son también muy conocidos los casos de Alfred Russell Wallace, codescubridor junto con Darwin de la teoría moderna de la evolución y creyente espírita, o de Thomas Alva Edison, que creía posible la "comunicación" con los muertos.
Ken Wilber editó hace años Cuestiones cuánticas, un libro que recopilaba algunos escritos "místicos" de célebres físicos del siglo XX. Efectivamente, casi todos los creadores y propulsores de la moderna teoría del átomo o de la relatividad concibieron ideas más o menos místicas sobre el universo. Sin embargo, estas intuiciones se mantenían, como reconocía el propio Wilber, en un plano independiente al de las teorías propiamente científicas. Es decir, la mecánica cuántica no ofrecía ningún apoyo concluyente a una concepción "mística" del universo -a pesar de que esta interpretación se ha hecho muy popular, sobre todo a través del divulgador californiano Fritjof Capra.
No habría que dudar, sin embargo, sobre el uso que harán muchos vendedores de misterios de esta recuperación del "Newton esotérico". Si los científicos más influyentes del mundo han sido también místicos, esoteristas, alquimistas, teístas o magos, ¿qué tienen de malo, en el fondo, la magia, el esoterismo o el espiritismo? ¿No obedece a un espíritu de "cerrazón" la negación escéptica de estos saberes, considerados como "paraciencias"? Sin embargo, una cosa es que la "conciencia científica" pueda convivir con la "conciencia religiosa" o la "conciencia mágica" y otra bien diferente que la ciencia pueda fundamentarse en algun indicio "sobrenatural" o mágico. La religión, o incluso la magia, pueden ser motores psicológicos en los descubrimientos científicos (contexto de descubrimiento, a la manera de Reichenbach), pero no juegan ningún papel relevante en la estructura misma (contexto de justificación) de las teorías científicas. Si Newton pasó a la historia de la ciencia, fué justamente en la medida en que dejó de ser un gnóstico o un alquimista, y estudiar las relaciones entre el libro de Daniel, los tratados alquímicos y la ley de la gravitación universal puede tener la misma validez que indagar en el influjo de la homosexualidad en la física teórica.
Como muchos otros "hombres de ciencia", Newton no practicaba un racionalismo o un materialismo sin tacha. Esto no es extraño, dado que desde el principio de la episteme humana las concepciones místicas y religiosas han estado cruzándose con las concepciones científicas. Empezando por Pitágoras que, sin perjuicio de su teorema, proporcionó a su escuela toda clase de normas místicas y decretos extravagantes (como no comer nunca alubias). El mismo Platón sucumbió a las doctrinas órficas sobre la anámnesis del alma inmaterial e incluso llegó a confiar el porvenir de su república perfecta en cierto "número geométrico" que pretendía conservar la pureza de las castas dentro del estado. Otro ejemplo pintiparado lo tenemos en Giordano Bruno, que no fué precisamente ningún "mártir de la ciencia", sino un "mártir de la magia" que proponía sustituir el Dios judeocristiano por el egipcio Tot.
La mezcla de ciencia y religión (o magia) durante toda la edad antigua y medioevo era tan frecuente que de hecho llegaron a formar un "bloque" más o menos compacto que sólo logró ser "descompactado" en un proceso accidentado y laborioso, gracias a la victoria de la ciencia experimental. La ruptura de este bloque ciencia-filosofía, como lo ha llamado Gustavo Bueno, nunca ha dejado de provocar convulsiones, y se diría que la nostalgia por aquella unidad originaria, aunque imaginaria, regresa cíclicamente (desde dos perspectivas diferentes: Titus Burkhardt: Ciencia moderna y sabiduría tradicional, Joseph Ratzinger, Discurso de Ratisbona).
Son también muy conocidos los casos de Alfred Russell Wallace, codescubridor junto con Darwin de la teoría moderna de la evolución y creyente espírita, o de Thomas Alva Edison, que creía posible la "comunicación" con los muertos.
Ken Wilber editó hace años Cuestiones cuánticas, un libro que recopilaba algunos escritos "místicos" de célebres físicos del siglo XX. Efectivamente, casi todos los creadores y propulsores de la moderna teoría del átomo o de la relatividad concibieron ideas más o menos místicas sobre el universo. Sin embargo, estas intuiciones se mantenían, como reconocía el propio Wilber, en un plano independiente al de las teorías propiamente científicas. Es decir, la mecánica cuántica no ofrecía ningún apoyo concluyente a una concepción "mística" del universo -a pesar de que esta interpretación se ha hecho muy popular, sobre todo a través del divulgador californiano Fritjof Capra.
No habría que dudar, sin embargo, sobre el uso que harán muchos vendedores de misterios de esta recuperación del "Newton esotérico". Si los científicos más influyentes del mundo han sido también místicos, esoteristas, alquimistas, teístas o magos, ¿qué tienen de malo, en el fondo, la magia, el esoterismo o el espiritismo? ¿No obedece a un espíritu de "cerrazón" la negación escéptica de estos saberes, considerados como "paraciencias"? Sin embargo, una cosa es que la "conciencia científica" pueda convivir con la "conciencia religiosa" o la "conciencia mágica" y otra bien diferente que la ciencia pueda fundamentarse en algun indicio "sobrenatural" o mágico. La religión, o incluso la magia, pueden ser motores psicológicos en los descubrimientos científicos (contexto de descubrimiento, a la manera de Reichenbach), pero no juegan ningún papel relevante en la estructura misma (contexto de justificación) de las teorías científicas. Si Newton pasó a la historia de la ciencia, fué justamente en la medida en que dejó de ser un gnóstico o un alquimista, y estudiar las relaciones entre el libro de Daniel, los tratados alquímicos y la ley de la gravitación universal puede tener la misma validez que indagar en el influjo de la homosexualidad en la física teórica.