La nación americana
En este día y en este lugar nace una nueva época de la historia del mundo, y bien podréis decir que habéis presenciado su nacimiento.
- Goethe, en Valmy (1792)
La historia de la nación política (véase por ejemplo, Enciclopedia Symploke) suele comenzar a escribirse a partir de 1789 en el relato europeo. Se pasa por alto, sin embargo, no sólo la importante influencia de los norteamericanos en la revolución francesa, sino el hecho más elemental de que la primera república moderna propiamente dicha no se forma en Europa, sino en Norteamérica, y no procede tanto de una revolución, cuanto que de la prolongada tradición jurídica e institucional anglosajona que los colonos llevaron consigo al nuevo continente. Aunque es cierto que la nueva república surge de una costosa guerra de independencia que enfrentan las 13 colonias frente al imperio británico, el proceso americano no es revolucionario salvo en el sentido más conservador de "revolución": así como los planetas del sistema solar "revolucionan" alrededor del sol, los republicanos americanos "revolucionaron" alrededor del sistema de libertades políticas ya conocidos en la "common law" británica. Ni la colonización americana pretendió crear una civilización ex novo, sino más bien recuperar una civilización clásica y cristiana que muchos veían languidecer en Europa, ni la guerra de independencia contra la metrópoli se hizo en nombre de principios novedosos o extraños a esa misma civilización. La fuerte oposición a la Stamp Act (Dutties in american colonies) o las nuevas pretensiones realistas de Jorge III en América se nutrieron de esa misma tradición autonomista y liberal importada al continente.
Debería leerse con cuidado esta advertencia de Paul Johnson (A history of the american people) sobre la culpable ignorancia europea (mi traducción es aproximada):
La realización de la Constitución de los Estados Unidos debió de ser un modelo para todos los estados que buscaban establecer un sistema federal, cambiar sus formas de gobierno, o comenzar una nacionalidad desde la nada. Sin embargo, tras los 200 años que han transcurrido desde el diseño de la Constitución, si bien el texto mismo ha sido estudiado (a menudo superficialmente) sin embargo se ha olvidado la manera tan importante en que logró hacerse. Los revolucionarios franceses de la siguiente década prestaron poca atención a como los americanos establecieron su proceso constitucional. La actitud era: ¿qué tenía esta gente semibárbara que enseñar a la Vieja Europa? Y treinta años después los latinoamericanos tenían demasiada prisa para establecer sus nuevos estados como para aprender la historia de su propio hemisferio. Las constituciones federales de la Unión Soviética (1921) y Yugoslavia (1919) fueron aprobadas virtualmente sin referencia alguna a la experiencia americana, y y ambas proporcionaron desastrosos y sangrientos fracasos. Lo mismo ocurrió en la Federación de África Central, la Federación de Malasia, y la Federación de las Indias Occidentales, las cuales fueron todas abandonadas. Asimismo, la estructura federal de la Unión Europea se está esbleciendo sin ningún intento de estudiar y digerir el exitoso precedente americano, y los intentos de persuadir a los constitucionalistas europeos para mirar a los hechos de la década de 1780 son rechazados con desprecio (Pág. 158).Por mucho que los europeos, siguiendo a Goethe, prefieran seguir pensando que una "nueva época histórica del mundo" empieza en 1789, las semillas de la república moderna ya se había plantado en Norteamérica al menos dos décadas antes. Las ideas sobre soberanía popular y la necesidad de una ley común, y más generalmente el deseo de una república (res publica: la cosa pública) se expandieron naturalmente en América hasta dar lugar a las Declaraciones y resoluciones de octubre de 1774, desafiando las Coercive Acts y llamando a la rebeldía físcal de las colonias. Casi dos décadas antes de que los republicanos gritaran ¡Viva la nación! en lugar del tradicional ¡Viva el Rey! en Valmy, Patrick Henry marcaba este extraordinario nuevo rumbo:
Ya no hay distinción entre virginianos y gente de Nueva Inglaterra. No soy un virginiano sino un americano.