La extensión analógica

Estoy releyendo Caos y orden, de Antonio Escohotado, un texto escrito antes de que sintamos el aliento de la barbarie (el autor descartaba la necesidad de siquiera conjugar el verbo creer). En la introducción:
Intento, pues, mostrar que lo básico puede examinarse sin vericuetos reservados para expertos, y que no hacerlo ha conducido a un divorcio tan esterilizante como innecesario entre científicos y humanistas, cuyo residuo es una mezcla de pereza y desprecio mutuo (...) Opuesta al intrusismo, una perspectiva entiende que los saberes son poco comunicables, y que trazar analogías entre el comportamiento de sistemas relativamente simples (fotones, átomos, moléculas) y el de sistemas hipercomplejos (electores, mercados, sociedades) solo puede conducir a equívocos, abusos e imposturas. Cierto libro reciente ha mostrado (se refiere a Imposturas intelectuales, de Sokal y Bricmont), además, hasta qué punto la jerga técnico-científica sirve hoy para velar una falta de nociones precisas, envolviendo banalidades o incoherencias en un abstruso ropaje de seudo-información. Naturalmente, eso consolida el divorcio entre intocables cultivadores de la objetividad y retóricos del camelo, asumiento unos el papel de Elliot Ness y otros el del contrabandista, en una comedia destinada primariamente a que el público se mantenga estupefacto.

Pero la tarea del conocimiento no es compatible con ese caldo de cultivo para una estupefacción recíproca. Al contrario, se impone una reflexión continua, donde ciencia y cultura se interpenetren, siendo cada una el sentido crítico de la otra. Los paradigmas científicos expresan un cambio en el mundo y en la concepción del mundo, y por eso mismo están sujetos a una constante extensión analógica.
Extensión analógica, "tercera cultura", o, como se dice en otro lugar, "segunda alianza."

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