¿Somos más tontos que los vecinos de Sócrates?

Gerald Crabtree es un genetista de la universidad de Stanford, más conocido últimamente por un par de artículos sobre la decadencia de la inteligencia humana publicados en la revista Trends in genetics (2012).

Apostaría a que si un ciudadano medio de la Atenas del 1000 a.C apareciera súbitamente entre nosotros, él o ella estaría entre nuestros colegas intelectuales vivos más brillantes, con una buena memoria, un amplio conjunto de ideas, y una visión clara de las cosas. Más aún, sugeriría que él o ella estaría entre nuestros colegas y amigos emocionalmente más estables. Apostaría lo mismo por los antiguos habitantes de África, India o las Américas, de hace entre 2000 y 6000 años.

Según Crabtree nuestra capacidad intelectual es enormemente frágil debido a la cantidad de genes que requiere para su correcto funcionamiento. Aproximadamente un 10% de todos los genes humanos estarían implicados en la función intelectual. Esto hace que, a medida que se necesitan más genes, las facultades intelectuales y emocionales sean más susceptibles de decaer debido a eventos genéticos aleatorios.

El intelecto es, pues, un artefacto natural delicado, y la prueba es que una mutación en cualquiera de los entre 2000 y 5000 genes implicados puede dar lugar a incapacidad intelectual. Pequeños cambios en genotipos similares pueden ocasionar grandes daños. Es más, una alteración en un gen no específicamente relacionado con el cerebro, o incluso no específicamente humano, puede crear deficiencas intelectuales. El problema es que la base natural que da lugar a nuestras capacidades intelectuales no son una creación evolutivamente reciente, aunque paradójicamente es ahora cuando mayor partido sacamos a lo que llamamos técnicamente “inteligencia general”:

La expansión de la corteza frontal humana y el volumen endocraneal, a los cuales debemos probablemente nuestra capacidad para el pensamiento abstracto, ocurrió predominantemente entre hace 50.000 y 500.000 años en nuestros ancestros prehistóricos africanos, mucho antes del lenguaje escrito y antes de que nuestro moderna voz produjera lenguaje verbal sofisticado, pero antes de las primeras herramientas. En consecuencia, las presiones selectivas que dieron lugar a nuestras características mentales operaron entre cazadores y recolectores no verbales que vivían dispersados en bandas o gillas, nada parecido a nuestras acogedoras sociedades de alta densidad del presente. Más aún, parece que nuestra capacidad intelectual no ha evolucionado a diferentes velocidades desde que nuestros ancestros africanos iniciaron sus migraciones, basándonos en el hecho de que sociedades geográficamente dispersas tengan capacidades intelectuales casi idénticas. 

Las afirmaciones de Crabtree aparentemente entran en contradicción con los científicos que no piensan que las poblaciones humanas tengan de hecho “capacidades intelectuales casi idénticas”, pero también con los optimistas de la inteligencia que se basaban en el “efecto Flynn”, según el cual los efectos de la educación y de la vida moderna estaban incrementando nuestra inteligencia de forma indefinida.

El problema es que el efecto Flynn parece haberse detenido en las últimas décadas, y que los cambios en los resultados del CI probablemente se vinculaban con influencias ambientales, el efecto del cuidado prenatal y la universalización de la eduación. Desde 1985 hay evidencias de que los resultados en los test de inteligencia de hecho están empeorando, por lo que el efecto Flynn podría ser un fenómeno restringido a ciertas condiciones específicas del siglo XX.

Las conclusiones de Crabtree son muy discutidas, pero al cuestionar la inteligencia de los modernos, y poner de manifiesto la fragilidad de nuestra naturaleza, este genetista se sitúa en una tradición intelectual “degeneracionista” muy antigua. Los mismos griegos hablaban de las cinco edades del hombre, desde la primera “raza de oro” vinculada con el huerto paradisíaco del neolítico a las razas degeneradas de plata, bronce y, finalmente, hierro. Según la descripción de Robert Graves en Los mitos griegos los miembros de esta raza, es decir, nosotros mismos, son “degenerados, crueles, injustos, maliciosos, libidinosos, malos hijos y traicioneros”.



ResearchBlogging.orgCrabtree, G. (2013). Our fragile intellect. Part I Trends in Genetics, 29 (1), 1-3 DOI: 10.1016/j.tig.2012.10.002

Crabtree, G. (2013). Our fragile intellect. Part II Trends in Genetics, 29 (1), 3-5 DOI: 10.1016/j.tig.2012.10.003

Entradas populares de este blog

Animales superfluos

Razonad todo lo que queráis, pero obedeced