¿Somos racistas “naturales”?

Afroamericanas

Según Robert Wright, que comenta los resultados de un trabajo publicado en Journal of Cognitive Neuroscience, no somos racistas naturales.

Esta tajante conclusión se fundamenta en un las conclusiones de Eva Telzer y un grupo de investigadores de la universidad de California, que han replicado los estudios de neuroimagen que habían sido dirigidos a adultos, y que habían establecido que “la percepción diferencial de la raza está asociada con un incremento en la actividad de la amigdala”. Como es sabido, la amígdala está asociada con el procesamiento de los estímulos en forma de miedo, que provocan la producción de hormonas creando una respuesta defensiva ante supuestas amenazas externas.

Por lo visto ahora, esta respuesta ante la percepción de la raza no se produce en adolescentes (la muestra es de 32 sujetos) entre 4 y 16 años. Además, la “diversidad” de los grupos también estaría relacionada con una “respuesta atenuada hacia las caras afroamericanas”.

En buena parte, la controversia en torno a la naturalidad del racismo proviene de la indefinición del propio término “natural”. Habría por lo menos dos sentidos en que podría considerarse legítimamente “natural” el racismo.

En un sentido fuerte, el racismo se consideraría “natural” si el miedo a las personas de otras razas pudiera describirse como una adaptación ancestral que responde a un problema específico de supervivencia. Como subraya Wright, esto es algo improbable, habida cuenta de que “en el ambiente de la evolución humana, que no incluía, por ejemplo, viajes en avión a otros continentes, virtualmente no hubieran podido darse encuentros entre grupos que tenían diferentes color de piel u otras diferencias de piel conspicuas”.

En un sentido más débil, el racismo todavía podría considerarse algo “natural” si, aunque no respondiese a una adptación genuina ancestral, aún pudiera describirse como un subproducto de una adaptación. El mismo Wright da la clave al hablar de que somos naturalmente “grupistas”: “La evolución parece habernos inclinado a que definamos grupos enteros de personas como enemigos”. El racismo, basado en un mecanismo de respuesta natural de miedo ante la percepción de las diferencias raciales en el fenotipo, podría ser un subproducto natural del miedo a los extraños y el prejuicio hacia el propio grupo (aunque, como anota recientemente Jesse Marzyck no es fácil definir siempre qué es un “grupo”). En apoyo de esto, muchos científicos cognitivos de la religión consideran que la religión es un rasgo humano “natural”, aunque simultáneamente no crean que sea una adaptación.

Nótese también que el argumento de que un rasgo no es “innato” sólo porque surge en una etapa avanzada del desarrollo, no es válido. Sólo porque los niños del estudio no empiecen a ser “racistas” hasta la adolescencia, no implica que los mecanismos que llevan al racismo no formen parte del programa de desarrollo impreso desde el nacimiento.

De hecho, tenemos todo un abanico de mecanismos perfectamente naturales que pueden inclinarnos, si la circunstancia ambiental es propicia, hacia respuestas y preferencias racistas. Los humanos parecen haber evolucionado una adaptación para distinguir a los parientes basándose en la similitud facial, por lo que las diferencias físicas (fenotípicas) basadas en diferencias raciales pueden ser interpretadas fácilmente como un signo de desconfianza. Aunque el racismo puede ser un rasgo aprendido y sofisticadamente “cultural”, y no es una fatalidad biológica como que te salgan los dientes o hables una lengua, las bases “naturales” siguen estando ahí.

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