El pensamiento del cardenal

El cardenal Antonio Cañizares acaba de publicar un articulo de opinión en el diario ABC que parece producido por una máquina generadora de textos antilaicos.

Desde luego, el cardenal lleva razón al recodar que la secularización es una tendencia histórica importante, “una de las cuestiones claves para el momento presente y para el futuro”, y que necesita una explicación. También es bastante obvio que la secularización es un mal desde el punto de vista de la Iglesia, ya que una de sus consecuencias más conocidas es la disminución del número de “vocaciones” sacerdotales y el vaciado de fieles de las iglesias. Pero no es ni mucho menos tan claro que la secularización sea un mal para para la sociedad y para la “humanidad” en su conjunto. Los predicadores religiosos llevan siglos vaticinando un descenso a la inmoralidad “cuando Dios no puede contar para el hombre”, o de un modo más modesto, cuando la religión pierde importancia en la vida de las personas y deja de condicionar la vida política. Pero contra los sombríos augurios de los prelados, se sabe que las naciones menos religiosas, es decir, más secularizadas, son más pacíficas, dan más ayuda al exterior, tienen menos conflictividad social, más protección social y también estados de derecho más fuertes y legitimados. El caos secular es un mito.

El cardenal también considera que el relativismo “es una compañía inseparable” de la secularización, dando por sentado -aunque sin entrar en mayores detalles- que se trata de un fenómeno indeseable. En esto no hace más que repetir el meme inventado por el sumo pontífice romano: la célebre “dictadura del relativismo”. En efecto, ¿Quién en su sano juicio desearía vivir bajo una dictadura? Por desgracia, el pensamiento del cardenal oculta que el relativismo y el pluralismo de las sociedades seculares tiene en realidad una historia venerable, e incluso crucial para el nacimiento del “humanismo” occidental. Estas operaciones no son nuevas. Los seguidores de Platón reaccionan siempre con violencia contra los partidarios del perspectivismo y el relativismo, radicalizando sus posiciones de un modo que ya no parecen legítimas. Es cierto que añadir nuevas perspectivas puede hacer tambalear la óptica platónica o romana, pero de hecho el inmoralismo tampoco se sigue del relativismo. ¿Podemos estar seguros de que el objetivismo moral, como argumenta Jesse Prinz, es la única perspectiva correcta o ya puestos de que los mandamientos divinos, característicos en el pensamiento del cardenal, son realmente una “cura” para los inconvenientes del relativismo?

Y luego lo del “laicismo agresivo” o "laicismo radical". Otro meme papal de éxito gracias al cual todo reproche al papel social de la iglesia, a sus acuerdos con el estado, cualquier crítica por modesta que sea a las opiniones basadas en la fe, cualquier muestra de inconformidad queda etiquetada automáticamente como un síntoma de radicalismo. Contra el laicismo sólo cabe el desprecio, o acaso los antidisturbios. Así se clausura la conversación.

Por último, la “cuestión del hombre”. El pensamiento del cardenal se despliega entonces como si la única respuesta epistemológica y moralmente válida a la pregunta por la persona humana radicase en el dogma. Con carácter preventivo, se declara moralmente “inhumana” cualquier articulación alternativa, no religiosa, y quizás no romana, de la humanidad. De una parte, el humanismo católico. De otra el inhumanismo cientificista. De una parte el espíritu soplando su gracia santificante sobre el dogma cristiano, y de otra un racionalismo sombrío y nihilista que afecta apoyarse en una “racionalidad científico-técnica” neutral. Estas drásticas oposiciones, eficaces desde el punto de vista de la propaganda, ocultan o ignoran sistemáticamente que los humanismos seculares no descansan sólo en la “ciencia”, en la ciencia llamada positiva, sino que también arraigan en una venerable, poco estudiada y menos conocida (Onfray lo intenta en su contrahistoria, pero se queda corto, al ignorar los humanismos no occidentales), tradición de filosofías seculares en activo al menos desde el siglo VI antes de la era cristiana. Diga lo que diga el cardenal, prácticamente ningún naturalista y humanista secular piensa que la “ciencia” pueda determinar los valores morales. Denigrados como nihilistas y antihumanistas, como geómetras insensibles al modo de Pascal, los seguidores del pensamiento del cardenal no tienen que tomarse la molestia de analizar seriamente las filosofías alternativas, ni mucho menos de articular una respuesta honesta. De nuevo, la conversación termina antes de empezar.

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