El pene espinoso y los huevos del papa Benedicto

Poco se sabe sobre el reinado del papa Benedicto III, excepto el hecho de que los clérigos por lo general estaban satisfechos de sus testículos. En su coronación del 855 d.C, el mensajero escogido por Dios en la tierra se sentaba en una silla especial semejante a una antigua cómoda, mientras la Santa Sede se cercioraba de que el papado era realmente infalible.

Dos clérigos de confianza tocaban sus testículos, los testigos presentaban evidencias legales de su masculinidad... y en ese momento el sacerdote y el pueblo respondían: “Deo gratias” (Gracias a Dios).

Después de todo, todas las precauciones eran pocas. La Biblia dejaba claro que “Ninguno que haya sido castrado o que tenga cortado su miembro viril entrará en la asamblea del Señor”. Los genitales saludables eran un signo de pureza espiritual y la iglesia insistió en inspeccionar bajo el mantum de cada Papa hasta el siglo XV.

Por supuesto, el cristianismo no estaba solo en este respecto. Los antiguos griegos veían el pene como una medida de su proximidad con los dioses, el dios hindú Shiva es adorado principalmente por rendir homenaje a su pene, o linga, y se creía que el dios sumerio Enki había dado vida al valle del Tigris cuando “elevó (su) pene (y) trajo el regalo de bodas.” Parece que el papa sólo es el último en una larga línea de hombres devotos que se bajaban los patalones para el Señor.

Ahora, los científicos han entrado en escena para intentar entender los orígenes humanos estudiando a nuestro pequeño Obispo. Desde el punto de vista de la biología evolucionista esta obsesión masculina por los propios genitales tiene perfecto sentido. Todo animal vivo hoy en día existe a causa de una larga línea de antecesores que se reprodujeron con éxito. El mundo natural es un museo erótico vivo lleno de variaciones en genitales masculinos, ilustrando cómo la selección natural ha prestado tanta atención al miembro masculino como los sacerdotes católicos.

Pero hay un lado siniestro en esta obsesión, y me refiero por supuesto al pene espinoso. A lo largo de la orden de los primates, así como en muchas otras especies de mamíferos, los machos han desarrollado pequeñas (y a veces no tan pequeñas) estructuras keratinizadas a lo largo de la cabeza y/o el tallo del pene que ha sido adaptado para maximizar el éxito reproductivo. De acuerdo con el más correctamente llamado primatólogo Alan Dixson y su libro Primate Sexuality, estas espinas pueden ser simples, estructuras de una única punta como en los macacos o complejas con tres o cuatro puntas por espina como en los prosimios (lérmures). Estas diferentes formas de pene espinoso sugieren en consecuencia diferentes estrategias de emparejamiento que varias especies han adoptado durante su evolución.

Ejemplos de morfologías de pene en primates. Nótese las obvias
espinas en I y K, y los puntos en N. Fila superior: Eulemur fulvus,
Saimiri boliviensis, Macaca arctoides (macaco de muñón de cola).
Fila inferior: Macaca fusicularis (macaco de cola larga), Papio
cynocephalus (babuino), Pan troglodytes (chimpancé).

Sin embargo, un nuevo estudio en la revista Nature ha generado un gran estado de nervios esta semana cuando Cory McLean y sus colegas han revelado una secuencia de ADN que promueve estos penes espinosos, una secuencia que los humanos parecen haber perdido. El mecanismo genético implicado ya ha sido extremadamente bien explicado por Ed Yong y John Hawks. Sin embargo, lo más controvertido es cómo interpretar el significado de la pérdida de este ADN para la evolución humana, y es lo que ha provocado la agitación mediática.

“Una morfología simplificada del pene tiende a asociarse con las estrategias reproductivas monógamas en primates”, escriben los autores. De acuerdo con su estudio, la pérdida de estas espinas habría resultado en una reducción de la sensibilidad sexual (porque se piensa que las espinas están conectadas a terminaciones nerviosas), y en consecuencia podrían haber permitido a nuestros antecesores participar en una actividad sexual más prolongada que los autores asocian con el emparejamiento y la evolución de la monogamia social (citando un artículo de Owen Lovejoy sobre el Ardipithecus ramidus de 2009 como modelo).

Tal como Nature News ha escrito en el resumen de estos resultados:

Se ha creído durante mucho tiempo que los humanos evolucionaron penes suaves como resultado de adoptar una estrategia reproductiva más monógama que sus primeros antecesores humanos. Estos antecesores podrían haber usado espinas de pene para eliminar el esperma de sus competidores cuando se emparejaban con las hembras. Sin embargo, no se sabe exactamente cuando se produjo este cambio.

Por esto es importante saber con precisión de qué estamos hablando. Nature News se refería a esas estructuras en los chimpancés como “penes de picos”, cuando en realidad se parecen más a la piel de gallina. Scicurious ha publicado una reseña del único estudio que parece haberse hecho sobre estas estructuras (publicado por W.C. Osman Hill en 1946) que averiguó que estas “espinas” sólo tenían 0.35 Mm. de ancho, o el grosor de un pelo humano. Difícilmente una estructura así podría ser útil para eliminar esperma.

Otro problema es el argumento de McLean et al. acerca de que la pérdida del pene espinoso resultaría en una reducción de la sensibilidad y en embates sexuales más prolongados. Como señala Dixson en Primate Sexuality (Pág. 118) los orangutanes tienen penes espinosos más elaborados que los chimpancés y aún así la duración media de su actividad sexual es significativamente más larga que la de los chimpancés o los humanos. Los chimpancés participan en actividades sexuales por una media de 8.2 segundos mientras que la media de los humanos (basada en los datos de Kinsey) es de menos de 120 segundos. En contraste, los orangutanes oscilan entre una media de 840 segundos y un máximo de 2.760 segundos. Los humanos se clasifican en el puesto 14 de duración de la actividad sexual (por detrás también de los macacos).

Sin embargo, hay un problema más serio con el argumento presentado en este estudio. La fuente que citan los autores en apoyo de sus argumentos a favor de la monogamia de penes suaves es Primate Sexuality de Dixson, pero este libro no trata sobre lo que indica el pene espinoso sobre el sistema de emparejamiento de los primates. Esto está en su ultimo libro Sexual Selection and the Origins of Human Mating Systems, donde sus conclusiones son algo diferentes.

Cuatro morfologías de pene en sistemas de
emparejamiento de primates basadas en un único
compañero o en varios (incluyendo humanos).
Todas las categorías muestran una diferencia
significativa a excepción del pene espinoso.

Como indica el gráfico de Dixson, existen significativas diferencias entre un sistema basado en una única pareja (monogamia o poligamia) y un sistema basado en múltiples parejas en tres de las cuatro categorías: largura del pene, largura del baculum y complejidad distal. El único tipo de morfología de pene que no es significativo es el pene espinoso. Esto no invalida necesariamente los argumentos de McLean et al., a favor de un incremento en el emparejamiento, pero tampoco lo apoya. Muestra que no existe correlación entre el pene espinoso y los sistemas de pareja de los primates, la correlación por la que argumentan McLean et al. En contraste, Dixson concluye que el Homo sapiens y una especie poligínica. Sin embargo, otros factores sugieren que un sistema multi-masculino y multi-femenino es más adecuado, dada la diversidad en la sexualidad humana.

Hay un apunte final. No todos los humanos han perdido sus penes espinosos. En una fecha que se reomnta a 1700 los anatomistas identificaron lo que hoy conocemos como pápulas perladas (también llamadas Hirsuties coronae glandis). Tal como informaron Denniston, Hodges y Milos en 2009:

Hemos mostrado que, en los chimpancés, estas pápulas son un rasgo normal (similar a las espinas) asociadas con estructuras nerviosas. Nos parece que, en el hombre, podrían regresar a una morfología anterior.

Para ver una imagen de este “pene espinoso” humano haz clic aquí [NSFW]

Se han hecho cinco estudios implicando a alrededor de 2.000 pacientes en tres países separados, con la estimación de que sobre el 30% de los hombres desarrollan estas pápulas. En contraste, sólo se ha estudiado a cuatro chimpancés n un artículo de Hill de 1946 sobre penes espinosos, de forma que se desconoce la prevalencia de estas estructruas dentro del genus Pan. Tal como apunta Hill en su estudio:

Las espinas del chimpancé son estructuras más simples que las de cualquier otro primate, y la cuestión que surge es si se trata de remanentes degenerados de una antigua armadura poderosa, o un nuevo producto de la evolución.

Puesto que la genética de estas pápulas perladas aún están por estudiar, no parece que se pueda establecer un argumento significativo en este punto acerca de las diferencias entre las dos especies. John Hawks incluso apunta que la versión del chimpancé puede ser implantada en fribroblastos transgénicos del prepucio.

Esto indica que el sistema genético general que hace posible el pene espinoso todavia esta ahí, al acecho, en nuestros genomas. Si pudieramos mover el gen en el momento preciso, reemplanzando la función del potenciador, aún podríamos desarrollar penes espinosos.

Confío en que el revuelo provocado por el artículo de Nature esta semana permitirá profundizar en los apasionantes caminos evolutivos por los que han viajado los humanos y los chimpancés desde nuestro ancestro común. A la vez, nuestra historia evolutiva ha preparado a algunos miembros de nuestra especie para buscar firmes respuestas mirando a sus respectivos...miembros. Al tiempo que nos sentamos y tratamos de no pensar en los huevos del papa Benedicto, podemos meditar sobre cómo se desarrollarán potenciales revelaciones a partir de estas investigaciones. Pero también es posible que nos encontremos con unas manos frías y una vulgar emoción antes de pasar al siguiente estudio.



Publicado por Eric Michael Johnson en A primate of modern aspect


McLean, C., Reno, P., Pollen, A., Bassan, A., Capellini, T., Guenther, C., Indjeian, V., Lim, X., Menke, D., Schaar, B., Wenger, A., Bejerano, G., & Kingsley, D. (2011). Human-specific loss of regulatory DNA and the evolution of human-specific traits Nature, 471 (7337), 216-219 DOI: 10.1038/nature09774

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