Las bases naturales del liderazgo

A medida que el gobierno se desplaza históricamente del "palacio" al "foro" la soberanía deja de concentrarse y legitimarse en un sólo líder. Es lo que Tocqueville consagra como "la revolución democrática", que sin embargo no termina eliminando la necesidad de liderazgo político. Como reconoce John Adams (Vía), toda sociedad humana aún debe responder a la gran pregunta: ¿Quién es el primer hombre?: "Es una cuestión que debe ser decidida, en cada especie de animales gregarios, incluyendo a los hombres".

La evolución humana como animales políticos está marcada por la ambivalencia. Por una parte, algunos hombres ambiciosos aspiran a convertirse en hegemónicos dentro de los grupos. Por la otra, los seres humanos acreditan en general una importante capacidad de resistirse a la autoridad despótica. La búsqueda del equilibrio entre dominantes y dominados probablemente explica y fundamenta las reglas sociales que limitan sistemáticamente el poder de las jefaturas en las sociedades de cazadores y recolectores. Nuestro pensamiento político probablemente está marcado por esta larga experiencia en la "era de la recolección" (desde hace 250.000 años hasta hace sólo unos pocos miles). Así pues, la ciencia política necesita a la "Gran Historia" para convertirse en biopolítica.

Desde luego es preciso distinguir entre el liderazgo positivo y negativo, pero no todo liderazgo conduce por sí mismo a la servidumbre individual como parecen insinuar las viñetas de Hayek. Los líderes positivos deben canalizar la ambición de poder legítima a través de la tradición y la ley constituída (un buen ejemplo sería el discurso histórico de Barack Obama ante la convención demócrata: tomen nota todos los políticos españoles). En cambio, el liderazgo negativo se caracteriza por convertir la historia en "tabla rasa" o en una mera excusa para el mesianismo personal o de grupo.

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