Es urgente que haya menos hombres en la ciencia

Maria Salomea Skłodowska-Curie es la única persona sin pene en esta conferencia de Solvay (1927)

Desde hace unos años se han multiplicado las publicaciones, artículos, libros, conferencias y eventos divulgativos que tratan del tema “mujeres en la ciencia”. Desde eventos del mundo secular y “escéptico” hasta premios otorgados por fabricantes de tintes, todo el mundo parece tener algo que decir sobre el asunto, y generalmente asumiendo la hipótesis de la discriminación. Si eres periodista, político, “intelectual” u ostentas cualquier cargo público, los incentivos para publicar opiniones favorables a la hipótesis discriminatoria, y para que alcancen la portada de todas partes, son hoy en día enormes. Para resumir, según los partidarios de la discriminación la razón por la que hay menos mujeres trabajando en carreras científicas o asumiendo puestos de responsabilidad se debe a "amenazas de estereotipo", obstáculos institucionales y sesgos inconscientes. Según una hipótesis alternativa que recibe considerable menos atención, y tiene alguna que otra dificultad no ya para asomarse a las portadas sino para ser expresada sin amenazas, las diferencias de “género” en la ciencia obedecen más a elecciones vitales y a diferencias naturales que a un “sexismo” insidioso.

Un ejemplo perfecto de esta moda irresistible es un artículo de Flora de Pablo, investigadora en el CSIC, que reproduce el blog de la cátedra de cultura científica de la Universidad del País Vasco.

De Pablo glosa la figura de Marie Curie y una “saga” de mujeres científicas capaces de llegar al premio nobel. De Pablo recuerda que sólo 4 mujeres han ganado el premio en química y dicta sentencia contra una ciencia dominada por los hombres: “poca cosecha para el talento femenino, infrautilizado a veces, ocultado históricamente otras, minusvalorado casi siempre”.

Para que todo se sepa, sólo una mujer ha ganado un premio Nobel de química o física desde 1964. Mientras que recibieron 5 premios antes, es decir, antes de que tuviera tiempo de actuar cualquier medida de "discriminación positiva".

Tras defender que “queda mucho por hacer” y pasar revista a la situación de las científicas españolas, De Pablo llama la atención de un dato: “En el siglo XXI las jóvenes españolas obtienen mejores calificaciones que los varones en todos los niveles educativos. Las tasas de fracaso escolar son muy inferiores en ellas que en ellos” ¿Por qué entonces, se pregunta, "no hay ya un tercio de catedráticas de Química y otras ciencias experimentales en la universidad española?” El punto más interesante es que De Pablo muestra estos datos no sólo como evidencia de discriminación sino también de irracionalidad y de despilfarro social. Apoyándose en un artículo publicado en Science en 2010, sugiere que los grupos formados por menos hombres son más eficaces ya que las mujeres poseerían como media “mayor sensibilidad social que los hombres”. Las consecuencias parecen inevitables: es urgente que haya menos hombres en la ciencia.

Nótese, no obstante, la escasa “sensibilidad social” que muestra la doctora de Pablo hacia el fracaso escolar masculino en concreto. Parece asumirse con tranquilidad la superioridad escolar de las chicas como un hecho “natural”, mientras que la “infrarrepresentación” de las mujeres en los puestos de responsabilidad se asume como un subproducto de la discriminación, y en consecuencia remediable mediante educación e ingeniería social. Doy por hecho que se trata de un sesgo cultural extendido y no un resultado de malicia premeditada.

Y caben otras preguntas desagradables. De entrada ¿hubiera recibido el artículo referido de Science la misma publicidad de haber llegado a la conclusión opuesta? ¡Por supuesto que no! Es más, quizás ni tan siquiera hubiera llegado a publicarse en esta “prestigiosa” revista. Para poner la cosa en su contexto, en la última década el sesgo favorable a la publicación de resultados positivos, que confirman las expectativas de los investigadores, ha pasado del 70 al 90%. Si añadimos al cocktail de sesgos cognitivos nuevos ingredientes ideológicos, los resultados son más que previsibles.

No deja de llamar la atención que estos discursos se abran paso con tanta facilidad y sin que se les oponga apenas resistencia, especialmente en una “comunidad” que presume de ejercer el “pensamiento crítico” y basarse en evidencias. El temor a ser etiquetado como "sexista" y "retrógrado" debe ser grande. Aunque también sabemos que los científicos tienen motivaciones e incentivos como cualquier otra persona y que tenemos una tendencia natural a convertirnos en “idiotas inteligentes”.


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