La derecha spinozista

A partir de la segunda mitad del siglo XVII el término “spinozista” servía para designar no sólo a los seguidores directos del judío renegado y “ateo de sistema” Baruch Spinoza sino en términos generales a todos los sospechosos de sostener y propagar ideas radicales, con respecto a la naturaleza del ser humano, de la sociedad política y de Dios.

Jonathan I. Israel (2001) dedica cientos de páginas a documentar el peso del spinozismo en el nacimiento de la “ilustración radical”. Su tesis principal, muy bien perfilada y vastamente documentada, apunta a la existencia de dos corrientes principales en la Ilustración europea. Una "moderada", representada por luminarias como Locke, Leibniz o Montesquieu, y otra "radical", iniciada por el mismo Spinoza en el siglo XVII y difundida a trancas y barrancas, en medio de permanentes persecuciones, por los llamados "spinozistas”. Los ilustrados moderados y radicales diferían 1) en su teoría de la tolerancia, con los radicales enfatizando la libertad de expresión y los moderados la libertad religiosa, y 2) en su concepción científica de la naturaleza, con los radicales excluyendo de su sistema cualquier causa sobrenatural (lo que andando el tiempo se ha llamado "cierre causal" del mundo). Como consecuencia, los seguidores de Spinoza se distinguían por su rechazo de todas las religiones reveladas. Según Pierre Bayle (2010) "se llaman spinozistas a todos aquellos que apenas tienen religión y no lo ocultan demasiado, de la misma manera que en Francia se llama socinianos a todos aquellos que pasan por incrédulos en lo que concierne a los misterios del Evangelio, aunque la mayor parte de estas gentes no haya leído nunca a Socino ni a sus discípulos".

Para Israel este spinozismo fue el verdadero núcleo teórico a partir del cual irradiaron las corrientes principales de la Ilustración europea, hasta alumbrar una “ilustración democrática” y radicalmente progresista marcada por los derechos del hombre, el republicanismo político y la total primacía de la filosofía (o de la ciencia) sobre la teología. Llamémosle izquierda spinozista. En la historiografía de las ideas naturalistas, Michel Onfray destacaría desde esta perspectiva, y quizás Fernando Savater. En una clave distinta podríamos mencionar a Philip Blom o, entre nosotros, a Gabriel Albiac.

Desde luego, las ideas de Spinoza eran radicales pero no "derecha" o "izquierda". Tal distinción tiene una fecha de fabricación (Bueno, 2001), que coincide en concreto con la posición física que ocuparon los diputados de la Asamblea francesa del 4 de septiembre de 1789, convocados por el diputado Mounier a cuenta del veto regio. Entonces, los diputados jacobinos y no realistas se situaron a la izquierda, y los fuldenses realistas a la derecha. Ahora, el término “derecha spinozista” evidentemente es un lejano guiño a la distinción de David Strauss, que en su Vida de Jesús (1835), distinguió entre una “derecha hegeliana” representada por los hegelianos partidarios del estado prusiano y una “izquierda hegeliana” representada por los Junghegelianer (jóvenes hegelianos) entre los que figuraba un estudiante de la universidad Humboldt de Berlín llamado Carlos Marx.

Más de cuatro siglos después de la acuñación del spinozismo, la ciencia y la filosofía no se sienten siervas de la teología. Esto es verdad. A los occidentales cultos les desagrada la censura religiosa y las leyes contra la blasfemia. Con horribles excepciones, es posible defender públicamente que la religión es un “espejismo” o cosas peores, y decir que la teología es “superflua” no es motivo para terminar en prisión. Pero hay nuevos tipos de represalias a la libertad de expresión e investigación tan ardientemente defendidas por los spinozistas. Los nuevos “libros de Holanda”, término que los censores europeos del siglo XVII usaban para referirse a todo tipo de literatura prohibida, no tratan ya de teología, sino de diferencias biológicas entre sexos o razas, sexualidad, inteligencia, educación y una variedad de enfoques considerados “políticamente incorrectos”. Aquí los guardianes de las fronteras no se contentan con discrepar, sino que exigen rutinariamente la supresión forzosa del disenso y quizás la subordinación de la ciencia a la ideología. En cierto modo se repite la historia: "ser señalado públicamente como spinozista constituía el desafío más grave contra el propio status y las perspectivas de reputación" (Israel, Pág. 436).

"Derecha spinozista" formaría parte de una familia de sintagmas más o menos formales, más o menos irónicos, que expresan una desafección hacia la interpretación "progresista" en boga de la Ilustración. A esta misma familia pertenecería la ocurrencia de Derek Freeman, que habló sobre una "nueva ilustración evolucionista" o los partidarios de la "ilustración oscura".

A continuación cuatro características provisionales de la presunta "derecha spinozista":

La superstición prevalece

A pesar de vivir en medio del hostigamiento cultural y las promesas de cárcel, los ilustrados radicales eran unos optimistas patológicos que creían en la llegada de una nueva "edad de la razón" capaz de barrer las supersticiones y organizar la sociedad sobre la base de principios exclusivamente racionales. Tenían fe en la victoria.

Pero han transcurrido siglos desde que Bekker publicó su Betoverde Weereld ("El mundo desencantado") y la gente sigue creyendo en espíritus y consumiendo toda clase de vulgares estafas basadas en la magia. La razón y el "escepticismo" militante, por no mencionar un siglo de comunismo de estado, no han sido capaces de extirpar estas creencias. Quizás la razón va más allá de la selección cultural, y radica en que nuestro cerebro está naturalmente "cableado" para creer, y también en el hecho de que la superstición no siempre es perjudicial, como está poniendo de manifiesto la ciencia cognitiva de la religión. Desde esta perspectiva el cerebro del ateo, de hecho, parece un mayor enigma aún que el cerebro del creyente.

¿Pueblo o tumulto? 

Aunque Spinoza mismo estaba lejos de ser un anarquista, era consciente del peligro de los tumultos y revoluciones, y subrayaba la importancia de la ley en una sociedad ordenada, sus tendencias políticas eran republicanas y quizás evolucionaron en la dirección de la democracia radical. El incipiente republicanismo de los spinozistas sin embargo no era compartido por todos los ilustrados. Para poner un ejemplo importante, Holbach en su etocracia defendía más bien una monarquía benevolente, y su defensa de las virtudes de la libertad, la propiedad y la seguridad se puede contrastar con la trayectoria política de los radicales.

Los chicos son diferentes 

Ahora que se habla tanto de "mujeres en el escepticismo" o "mujeres en la ciencia" cabe recordar que los ilustrados radicales europeos del siglo XVII fueron pioneros en intentar remover los obstáculos tradicionales contra la participación de las mujeres en la ciencia y la filosofía. Los radicales y libertinos solicitaban "libertad de conversar" entre hombres y mujeres, atacaban los dogmas culturales sobre el sexo femenino e invitaban a las mujeres a participar en la Ilustración (como hizo Fontenelle en su Historie des oracles de 1686).

Obviamente, hay un largo trecho entre Fontenelle (o incluso Olympe de Gouges) y Shulamith Firestone, como argumenta en detalle Christina Hoff Sommers (2013), y la desafección ilustrada se puede extender hasta nociones comunes asociadas hoy con el feminismo y la llamada "igualdad de género". Aquí es imprescindible mencionar la aportación de Warren Farrell (1994), que ha cambiado el modo de pensar de muchos sobre lo que significa el "poder masculino", pero también la "ciencia de las diferencias" descubiertas en forma creciente por neurocientíficos y psicólogos evolucionistas, no sin soportar cruentas resistencias.

"Afrontémoslo de una vez: los chicos son diferentes".

Naturalezas humanas

Los spinozistas, como la mayor parte de los ilustrados, creían en la unidad de la naturaleza humana. Spinoza escribió en el Tractatus politicus que "todos los hombres tienen una y la misma naturaleza, es el poder y la cultura lo que les confunde". Esta idea contrasta con las noticias que llegan de la genética de poblaciones y sobre la evolución humana reciente, cuyo ritmo por lo visto se ha acelerado en los últimos 50.000 años. Peter Frost (2011) ha argumentado convincentemente por qué ya no existen barreras conceptuales o empíricas para negar la existencia de adaptaciones, incluso de adaptaciones bastante complejas, en los tiempos posteriores al Pleistoceno y que afectan de forma diferente a diferentes poblaciones humanas. Todo esto nos situaría en un escenario empíricamente más ajustado pero ideológicamente más peligroso: el de la biodiversidad humana.

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