¿Es “sexy” lavar los platos?


Christina Hoff Sommers es una representante conocida del feminismo liberal, también apellidado “feminismo de la igualdad”, o “feminismo disidente” (León Mejía, 2009), una modalidad muy crítica con las corrientes del feminismo radical, de inspiración marxista, más o menos hegemónico desde los años sesenta del siglo pasado. En Slate, Hoff Sommers, comenta un artículo científico que se ha publicado en la American Sociological Review, y que pone en duda el “feliz idilio feminista” con los hombres que hacen labores domésticas. Según sus autores, “las parejas en las que los hombres participan más en las labores domésticas típicamente desempeñadas por las mujeres informan de que practican sexo menos frecuentemente. De forma similar, las parejas en las que los hombres participan en tareas tradicionalmente masculinas, como trabajos en el jardín, pago de facturas o mantenimiento del automóvil, informan de una frecuencia sexual más alta”.

Además, el efecto negativo de los trabajos domésticos sobre la frecuencia sexual parece ser bastante fuerte, ya que los autores controlaron variables como la religión, la edad, la ideología de género, los ingresos o la participación en trabajos remunerados.

Como cabe esperar en un ámbito de estudio dominado por el construccionismo social y por tanto por unas expectativas extremadamente altas de cambio cultural, algunos críticos han señalado que los resultados de este estudio podrían estar distorsionados porque se basa en datos recogidos a principios de los años noventa. Los datos podrían ser diferentes hoy en día, a medida que las "políticas de igualdad" y la mentalidad social progresan hacia la utopía feminista. ¿No? No. Sommers contesta que hay pocas razones para suponer cambios significativos en todo este tiempo, debido a que los últimos estudios muestran cambios escasos en la participación de los maridos en las labores domésticas.

Para los que somos partidarios de unas ciencias sociales “darwinistas”, es más, furibundamente darwinistas, una superior preferencia femenina por hombres más “masculinos” y dimórficos no es exactamente una sorpresa. Hoff Sommers da en el clavo: los sexos no son intercambiables: “Pocos hombres ven las labores domésticas como algo central en su carácter, pero sí lo hacen millones de mujeres.”

Por si esto fuera poco, otro hallazgo desesperanzador para las expectativas feministas es que las probabilidades de divorciarse parecen ser superiores en las parejas que comparten las labores domésticas, como muestra otro trabajo, para más inri conducido en Noruega.

Seguramente compartir las labores domésticas es una exigencia ética y funcional de la forma de vida contemporánea, pero pese a los intentos de vendernos esto como algo sexy, no, a la luz de los datos “hacer los platos” no es algo tan irresistible.

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