Presentando la falacia moralista

La falacia naturalista fue popularizada por G.E. Moore en su libro Principa ethica de 1903. Según Moore, es falaz intentar explicar lo bueno en términos de propiedades naturales, tales como “placentero” o “deseable”. Aunque el conjunto de definiciones de la falacia en realidad es bastante amplio, suele entenderse que alguien ha incurrido en una falacia naturalista cuando intenta derivar un “deber ser” a partir de un “ser” – que es más bien, en propiedad, la “falacia de Hume”.

Un ejemplo clásico y políticamente controvertido de falacia naturalista sería asumir que grupos humanos genéticamente diferentes, que poseen habilidades o características cognitivas naturalmente diferentes, deberían ser tratados de forma diferente por la ley.

La falacia naturalista es un tipo de falacia ampliamente denunciada y conocida. No se puede decir, lo mismo, en cambio de su reverso: la “falacia moralista” descubierta por Bernard Davis en los años setenta del siglo pasado “en respuesta a las crecientes llamadas políticas y públicas para restringir la investigación básica”. La falacia moralista realiza el camino opuesto a la naturalista: supone el ser a partir de un deber ser. Utilizando el mismo ejemplo de antes, sería falaz concluir que no existen diferencias naturales entre grupos humanos, debido a que es ideológica o moralmente deseable asumir que todos los seres humanos son iguales.

Satoshi Kanazawa, citando a Matt Ridley, señala muy acertadamente que las denuncias de la falacia naturalista y moralista están en realidad políticamente motivadas: aquellos políticamente conservadores están más dispuestos a cometer la falacia naturalista, mientras que los políticamente liberales están igualmente dispuestos a cometer la falacia moralista. Para decirlo con Robert Kurzban, “Sólo es buena ciencia cuando el mensaje es políticamente correcto”.

Si tuviera que mostrar un ejemplo de falacia moralista sofisticadamente elaborada e influyente sin duda sería el de Max Horkheimer y los constructores de la llamada “teoría crítica”. Recordemos que para los seguidores de la “escuela de Frankfurt” el “interés cognitivo-emancipatorio” no sólo asumía un punto de vista moralmente superior, sino que también garantizaba una superioridad “epistemológica” sobre las teorías rivales que no asumían el punto de vista del “todo social”. Esté convencimiento de que la moral emancipatoria está realmente por encima de las discusiones empíricas explica que muchos grupos de activistas estudiantiles y de izquierdas desde entonces prefieran a menudo reventar las intervenciones públicas de gente como Edward Wilson, Lionel Tiger o Warren Farrell, a presentar argumentos.

La intención de esta entrada es deliberadamente propagandística: es decir, intenta propagar el conocimiento de un tipo de falacia escasamente denunciada. Espero que, quien no la conociera, pueda llevársela puesta para emplearla en cualquier discusión futura: nada es más ni menos cierto sólo por contradecir presuntas verdades morales, religiosas o ideológicas.

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