La ciencia lúgubre de la infidelidad

Además de una obvia preocupación moral desde hace milenios, las ventajas e inconvenientes del matrimonio y la aparejada fidelidad marital también son temas que preocupan a los científicos. El asunto no pasó inadvertido para el que se considera comúnmente el padre lejano de la psicología evolucionista moderna. En el capítulo V de El origen del hombre, Charles Darwin escribía sobre la mala fortuna de los solteros:

De un enorme conjunto de estadísticas recogidas en Francia el año 1853, resulta con toda claridad que en ese pueblo mueren los solteros de veinte a ochenta años en proporción mucho mayor que los casados, por ejemplo, por cada 1.000 hombres de de veinte a treinta años, mueren anualmente 11,3 solteros y 6,5 casados. Oigamos sobre este punto al doctor Stark (…) la disminución de la mortalidad es el resultado directo del “matrimonio y de la regularidad que este estado imprime a los hábitos domésticos”. 

Digan lo que digan los revolucionarios sexuales, hoy sabemos que esta observación de Darwin sigue siendo básicamente correcta. La monogamia cultural no sólo hace a las sociedades más pacíficas en su conjunto, al reducir la competencia cruenta de los machos dominantes por acaparar amantes, sino que también aporta ciertas ventajas individuales. Según los datos barajados por Waite y Gallagher los hombres casados de hecho tienen una mejor situación financiera, poseen una salud mental más fuerte, viven más, y son más felices que los solteros. Vivir en un entorno social que dificulta la conducta infiel presumiblemente también tiene efectos saludables en los mismos hombres, ya que se sabe que la percepción de la infidelidad incrementa mucho más el stress de los hombres que el de las mujeres.


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