¿Ha cambiado la iglesia católica radicalmente su opinión sobre los judíos?

Desde hace años proliferan expresiones como "cultura judeocristiana" o "herencia judeocristiana", pero sería inadecuado pensar que esta fraternal alianza de judíos y cristianos refleja la actitud tradicional. Al contrario, el "judeocristianismo" tal como se entiende es una invención reciente que probablemente implica una renovación radical de la doctrina teológica y concretamente de las relaciones entre católicos y judíos.

Durante siglos "judaísmo" y "cristianismo" se habían considerado naturalmente antitéticos. Al hablar sobre el nacimiento del cristianismo, Mircea Eliade se refiere al enfrentamiento entre Pablo de Tarso y el movimiento llamado propiamente "Judeocristiano" del siglo I, una facción de seguidores de Jesús conservadora y legalista que pretendían la circuncisión de los conversos paganos: "La considerable autoridad de Pablo en la iglesia antigua es en gran parte fruto de una catástrofe que sacudió al judaísmo y paralizó el desarrollo de la tendencia judeocristiana. Durante su vida, la importancia del apostol fue muy modesta. Pero poco después de su muerte estalló, en el año 66, la guerra de los judíos contra Roma; terminó en el año 70 con la ruina de Jerusalén y la destrucción del templo." Así pues, una catástrofe geopolítica explica la división profunda de las tendencias judías y cristianas a partir de entonces.

John Connelly, autor de From Enemy to Brother: The Revolution in Catholic Teaching on the Jews, 1933–1965 (Comentado también aquí) considera que el repudio del antisemitismo del II Concilio Vaticano y particularmente la declaración Nostra aetate sobre la relación entre el catolicismo y  las demás religiones, marca un cambio radical -a veces tildado como herético por las facciones más tradicionalistas de la iglesia- en la relación entre judíos y cristianos católicos:

Si uno recuerda el expediente intacto de prejuicios y persecuciones que tiñó la historia inicial de las relaciones católicas con sus vecinos judíos, el cambio es poco menos que asombroso. Las autoridades medievales, basándose en pasajes como Mateo 27 ("Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos") habían enseñado que los judíos habían sido destinados a sufrir por haber atormentado al Salvador que nació en medio de ellos. La noción supersecionista de que el judaísmo era una religión se hizo obsoleta por medio del nuevo pacto con Cristo, y lo que el historiador Jules Isaac llama "la enseñanza del desprecio" siguió siendo un rasgo del dogma católico bien entrado el siglo XX. 
Y no se trataba sólo de un principio teológico. En los inicios del mundo medieval y moderno, la idea de que los judíos sufrieron por su culpabilidad metafísica sirvió como una garantía formal para las políticas de persecución sancionadas por la iglesia y el estado, la proscripción legal de los derechos de los pobladores y propietarios de tierra, medidas en contra de la apertura de sinagogas o la imposición real de impuestos especiales, que trabajaron dentro de un círculo vicioso para segurar que los judíos llevaran la marca visible de la humillación a causa de su culpa imaginaria.

Esta nueva relación con el judaísmo y con los judíos, i nostri fratelli maggiori, también está reflejada en la cristología de Ratzinger, que parece explicarse todavía como un especie de trauma teológico de guerra provocado por el nazismo. Cabe recordar que la idea nazi de un "cristianismo positivo" implicaba una alianza de las confesiones cristianas, a la que estaban invitados los católicos, frente a los judíos. El antisemitismo nazi tenía de hecho un fuerte fundamento teológico en el rechazo del antiguo testamento hebreo (una antigua idea gnóstica) y en la creación de una imagen "aria" de Cristo, tal como explica con mucho detalle Richard Steigmann-Gall. Antes de que surgiera el nazismo en Alemania, los teólogos liberales (Harnack, Bultmann...) anticiparon algunas de estas ideas y por supuesto no es casual que Ratzinger les dedique mucho espacio crítico. En su libro sobre Jesús, Ratzinger también dialoga ampliamente con el rabino Jacobo Neusner, en un subrayado ambiente de camaradería y tolerancia, bastante alejado de la hostilidad tradicional.

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