Una historia de átomos. La recuperación humanista de Lucrecio
Reseña de The swerve. How the world became modern, de Stephen Greenblatt. W.W. Norton & Company, 2011
Poggio Bracciolini (1330-1459) no es una figura histórica suficientemente conocida ni respetada, tal como explica en este libro Stephen Greenblatt, que es profesor en Harvard y crítico literario. A pesar de que Bracciolini llegó a ser canciller de Florencia al final de su vida, su tumba en Santa Croce no se conserva, y no muchos de los que pasan por la que fue su villa nativa en Italia, Terranuova Bracciolini, son capaces de reconocer su estatua. Fue un valorado escriba, creador de la letra caligráfica lettera antica formata y secretario de varios papas. Ante todo, fue un infatigable buscador de libros que pretendió salvar del polvo de los monasterios. Rechazó la vocación sacerdotal y, como sus amigos humanistas, compartió la conciencia sobre la superioridad cultural de los clásicos romanos y griegos.
Para mí, lo más interesante del libro de Greenblatt es que relata muy bien los condicionantes históricos y culturales, no ya de un debate filosófico, sino de una persecución contra las ideas naturalistas que ayudaron a fraguar el mundo moderno. Aunque los cristianos no estuvieron solos en esta persecución (Platón propuso quemar los libros de los atomistas, y Juliano "el apóstata" prohibió en el siglo IV los "discursos epicúreos"), lo cierto es que tradicionalmente consideraron que las ideas epicúreas constituían una nociva amenaza para la fe. A diferencia de los también paganos Platón o Aristóteles, el epicureísmo no podía ser bautizado fácilmente por los teólogos debido a que éste negaba la inmortalidad del alma y, aunque no se trataba de un sistema ateo, sí negaba que los dioses se preocuparan por los asuntos humanos. La campaña de los padres de la Iglesia, y en particular los ataques de san Jerónimo (inventor del suicidio de Lucrecio) y Tertuliano, dio sus frutos: durante siglos las ideas de Epicuro y de otros filósofos llamados "paganos" prácticamente no volvieron a discutirse, o sus sistemas dejaron de considerarse enemigos teológicamente importantes.
A fin de cuentas, esta lucha contra el paganismo desembocó en que muchos clásicos griegos y latinos no pudieran ser copiados, y otras obras fueran definitivamente suprimidas u olvidadas. Entre ellas De rerum natura, cuyo único papiro contemporáneo de Lucrecio superviviente se encontró en el Herculaneum, una antigua villa en la Campania italiana sepultada por la erupción del Vesubio en el primer siglo de la era cristiana.
Poggio Bracciolini (1330-1459) no es una figura histórica suficientemente conocida ni respetada, tal como explica en este libro Stephen Greenblatt, que es profesor en Harvard y crítico literario. A pesar de que Bracciolini llegó a ser canciller de Florencia al final de su vida, su tumba en Santa Croce no se conserva, y no muchos de los que pasan por la que fue su villa nativa en Italia, Terranuova Bracciolini, son capaces de reconocer su estatua. Fue un valorado escriba, creador de la letra caligráfica lettera antica formata y secretario de varios papas. Ante todo, fue un infatigable buscador de libros que pretendió salvar del polvo de los monasterios. Rechazó la vocación sacerdotal y, como sus amigos humanistas, compartió la conciencia sobre la superioridad cultural de los clásicos romanos y griegos.
Para mí, lo más interesante del libro de Greenblatt es que relata muy bien los condicionantes históricos y culturales, no ya de un debate filosófico, sino de una persecución contra las ideas naturalistas que ayudaron a fraguar el mundo moderno. Aunque los cristianos no estuvieron solos en esta persecución (Platón propuso quemar los libros de los atomistas, y Juliano "el apóstata" prohibió en el siglo IV los "discursos epicúreos"), lo cierto es que tradicionalmente consideraron que las ideas epicúreas constituían una nociva amenaza para la fe. A diferencia de los también paganos Platón o Aristóteles, el epicureísmo no podía ser bautizado fácilmente por los teólogos debido a que éste negaba la inmortalidad del alma y, aunque no se trataba de un sistema ateo, sí negaba que los dioses se preocuparan por los asuntos humanos. La campaña de los padres de la Iglesia, y en particular los ataques de san Jerónimo (inventor del suicidio de Lucrecio) y Tertuliano, dio sus frutos: durante siglos las ideas de Epicuro y de otros filósofos llamados "paganos" prácticamente no volvieron a discutirse, o sus sistemas dejaron de considerarse enemigos teológicamente importantes.
A fin de cuentas, esta lucha contra el paganismo desembocó en que muchos clásicos griegos y latinos no pudieran ser copiados, y otras obras fueran definitivamente suprimidas u olvidadas. Entre ellas De rerum natura, cuyo único papiro contemporáneo de Lucrecio superviviente se encontró en el Herculaneum, una antigua villa en la Campania italiana sepultada por la erupción del Vesubio en el primer siglo de la era cristiana.
La obra fue finalmente recuperada para el movimiento humanista por Poggio Bracciolini en un monasterio alemán, probablemente en la localidad de Fulda, en enero de 1417, tras diversas vicisitudes.
Aunque Bracciolini y muchos de sus amigos humanistas no aprobaban las implicaciones filosóficas del libro de Lucrecio, y presumiblemente no dejaron de ser cristianos, ya que estaban más interesado por el estilo que por las ideas, lo cierto es que De rerum natura era dinamita para la síntesis filosófica del cristianismo. Entre otras tesis peligrosamente heterodoxas, la obra defendía que todo está hecho de partículas invisibles, que los elementos de la materia son eternos e infinitos en número, que las partículas elementales se mueven en el espacio vacío, que el universo no posee un diseñador o un creador, ni fue creado para los hombres, que todo lo que existe es el resultado de una espiral de átomos (clinamen), que esta espiral es la responsable del libre albedrío humano, que no existió una edad de oro, que no hay vida después de la muerte, que las religiones organizadas no son sino supersticiones y mentiras, que las religiones son invariablemente crueles, que el fin de la vida humana es la felicidad y el placer...
A partir de la primera copia recuperada por Poggio Bracciolini, el peligroso libro de Lucrecio comenzó a difundirse por los círculos humanistas europeos e, inevitablemente, empezó a convertirse en objeto del escrutinio filosófico, dejando una huella reconocible en el malogrado Giordano Bruno, pero también en Galileo Galilei, cuyas influencias atomistas hoy sabemos que fueron determinantes en el curso de su proceso inquisitorial. Hasta Pierre Gassendi (1592-1655) nadie se atrevió a reconciliar las ideas atomistas y epicúreas con el cristianismo. Un ejemplo sobre las nunca despejadas amenazas del epicureísmo nos lo da el relato de la traductora inglesa de Lucrecio, Lucy Hutchinson (1649-1660): "La pequeña gloria que disfruté entre unos pocos íntimos amigos, por haber entendido a este malhadado poeta, se convirtió en mi vergüenza, y averigué que nunca lo comprendí realmente hasta aborrecerlo, y temer el inútil coqueteo con las obras impías".
Como explica Greenblatt casi en el final de su libro, la historia de la recuperación humanista de Lucrecio es, en el fondo, una historia de átomos. En sí misma, ilustra la idea materialista de que las más altas ideas no habitan en regiones celestiales, sino en pedazos discretos de materia que a veces es preciso recuperar con las propias manos del olvido o el desprecio.