¿Quién teme a la “guerra cultural”?

Robert Bellah es una especie de místico que cree que todos los mitos son verdaderos a su manera y que "a pesar de nuestras diferencias, no necesitamos caer en una guerra cultural en la que denunciamos y anatemizamos a los que discrepan. Este es un gran universo, y hay sitio para todos."

Mi impresión personal es que la belicosidad de los no naturalistas en esta "guerra cultural" sigue siendo mucho mayor a pesar de lo que insinúa Bellah y de algunos estereotipos de éxito que insisten en la supuesta agresividad de los ateos y seculares. Históricamente, esto no es algo difícil de explicar, habida cuenta de que los prejuicios sociales contra los no creyentes arraigan en las principales tradiciones religiosas. La visión del escéptico como un insensato de hecho no es una convicción cultural de la Biblia (Salmo 14) sino probablemente un prejuicio universal y natural. Hasta las tribus balinesas estudiadas por Clifford Geertz consideran que cuestionar la realidad de los mitos equivale a "colocarse a uno mismo bajo la sospecha de ser un idiota."

La actitud antinaturalista que percibe en las posiciones escépticas una amenaza moral además de un error teórico, sobrevive incluso en las sociedades más avanzadas, o donde se resiste más abiertamente a la secularización. La descripción hostil que hace Bruce L. Gordon del naturalismo filosófico como algo que "contribuye a la desestabilización y la fragmentación de la sociedad civil" representa una opinión que es ampliamente compartida por los intelectuales y líderes religiosos. No hay más que leer los dos volúmenes de Josef Ratzinger, como Benedicto XVI, sobre Jesús de Nazaret, que mucho más que un tratado de cristología, parecen un manual de defensa cultural contra el secularismo y el naturalismo.

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