Si lo dice la izquierda es “utópico”, pero si lo dice la derecha, es natural

En uno de sus libros más conocidos, Steven Pinker asoció lo que llamó "negación moderna de la naturaleza humana" con las ideologías de corte utópico, romántico e izquierdista. Esta "visión utópica" (el término es de Thomas Sowell) se caracterizaría por ver en nuestras limitaciones psicológicas "artefactos que proceden de nuestras disposiciones sociales", y no de una naturaleza indeleble que limite drásticamente "lo que es posible en un mundo mejor". Frente a esta visión se erigiría una visión "trágica" alternativa que Pinker y Sowell (Larry Arnhart, acuñador del "darwinismo conservador" es más o menos de la misma opinión) asocian con el conservadurismo político y según la cual "los seres humanos están inherentemente limitados en el conocimiento, la sabiduría y la virtud."

Pero leyendo a Charles Taylor me he encontrado con un relato completamente diferente de las cosas. Lejos de proceder de "la izquierda", las ideologías después tachadas despectivamente como "utópicas" se habrían fraguado entre las visiones calvinistas y neoestoicas del siglo XVI europeo, en especial por medio de una lectura política de las "dos ciudades" de san Agustín. Este fragmento (pág. 121) es devastador (traducción mía):

Lo que subyace a estos programas es una extraordinaria confianza en la capacidad de remodelar a los seres humanos. No podemos dejar de asombrarnos por las altas ambiciones de algunos proyectos puritanos para controlar la naturaleza pecaminosa a través de la fuerza de la ley. William Stoughton declaró en un tratado de 1604: "No hay un sólo crimen con respecto a algún mandamiento en las tablas de la ley de Dios... que no haya dejado de ser punible por la justicia real y por la jurisdicción temporal." En consecuencia, todo el decálogo es susceptible de ser criminalizado. Stoughton continúa discutiendo la herejía y la falta de iglesia, mientras que otros puritanos de la época proponían leyes para prohibir el hostigamiento de osos, el baile, los juramentos, los deportes dominicales, las festividades con cerveza en las iglesias, etcétera.
Por otra parte, una ambición igualmente grande se aprecia en las odenanzas del Polizeistaat. La tendencia a remodelar los sujetos a través de una detallada regulación de sus vidas nos habla de la ilimitada confianza en el poder de reformar a las personas dentro de un nuevo molde. Como dice Raeff, "estaba implícito... el supuesto de la maleabilidad de la naturaleza humana." Se afirmaba que "la naturaleza humana era esencialmente maleable, que podía ser modificada a voluntad y mediante circunstancias externas."
(...) Se creía que en principio nada se oponía al camino de esta ingeniería social.

Dentro de esta visión tradicional, asociada a la "derecha" religiosa, el gran gobierno podía verse como un agente de violencia, incluso como un mal, pero sin embargo un mal totalmente necesario para transformar la vida social y evitar el caos. Si esto parece demasiado "calvinista", se puede recordar que también los teóricos católicos defendieron en la misma época la criminalización del pecado y de la herejía en particular. Pedro de Ribadeneyra tiene espléndidos capítulos dedicados a esta misma justificación de un orden social extenso cristiano, inspirado también en Agustín.

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