La enfermedad mental no explica el intento de asesinato a la congresista Giffords

El intento de asesinato de la congresista demócrata Gabrielle Giffords, en el que resultaron muertas al menos 6 personas, ha desencadenado un torrente de reacciones para intentar explicar este nuevo episodio de violencia política. Muchas de estas reacciones apuntan a la retórica política incendiaria del Tea Party, que había llegado a la ignominia de señalar con dianas los objetivos de sus enemigos del partido demócrata.

James Vornov, por ejemplo, subraya el papel de la propaganda política en este caso para proporcionar contenidos potencialmente peligrosos a mentes desordenadas que pueden llegar a escoger opciones violentas.

Jerry Coyne, sin embargo, intenta restar importancia política al suceso y carga la culpa en la permisiva legislación norteamericana sobre compra y posesión de armas automáticas. 

Casi todos los comentarios equilibrados coinciden en que la enfermedad mental no explica el suceso. Se recuerda por ejemplo el estudio más amplio sobre el vínculo entre violencia y trastornos psiquiátricos, dirigido por Seena Fazel de la universidad de Oxford, que no halló una relación estadística significativa entre enfermedad mental y violencia. Los resultados del trabajo fueron publicados en PlOS. De hecho el riesgo de violencia parece estar mucho mejor relacionado con el uso de drogas y alcohol que con el diagnóstico de esquizofrenia, como sintetiza Vaughan Bell en un artículo.

En el caso de la violencia política, los factores socioeconómicos y familiares parecen tener un peso mucho más significativo que los factores ideológicos o psicológicos considerados de forma aislada. Una rápida vista sobre la lista de asesinatos políticos en los EE.UU. durante las últimas décadas acredita que la mayor parte de los asesinos proceden de familias pobres o desestructuradas y que casi todos cumplen el mismo perfil: son hombres, jóvenes y solteros o separados (los casos de asesinas políticas, como Lynette Frome, y Sara Jane Moore, que atentaron contra Gerald Ford, son verdaderamente estrafalarios y poco predecibles). Algunos ejemplos:


  • Lee Harvey Oswald tenía 24 cuando fue acusado del crimen de John F. Kennedy, y es uno de los pocos asesinos políticos que estaba casado, aunque su historia matrimonial es poco convencional (se casó con una farmacéutica rusa en la URSS). 
  • El asesino de Robert F. Kennedy, Sirhan Bishara Sirhan, tenía 24 años y estaba soltero en el momento del crimen.
  • James Earl Ray, uno de los posibles asesinos de Martin Luther King, era un divorciado de 44 años en 1969. 
  • Arthur Bremer tenía 22 años cuando intentó asesinar al candidato a la presidencia George Wallace en 1972. 
  • Samuel Byck era un divorciado de 44 años cuando intentó secuestrar el avión en el que viajaba el presidente Nixon, en 1974. 
  • John Hinckley, Jr. también estaba soltero cuando disparó al presidente Ronald Reagan en 1981. Tenía 26 años.


Este perfil se repite para el asesino de Arizona, Jared Lee Loughner.

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