El cielo empíreo

En las descripciones del cielo no podía faltar su geografía, sus regiones, su extensión infinita, identificándose a la luz con Dios, no comprensible con los ojos humanos. Un bienaventurado, su cuerpo y su alma, luce según estas descripciones, cincuenta o sesenta veces más que el sol material. Pero Dios brillaba más que todos los bienaventurados juntos, añadía Juan de Loyola. Era la santidad infinita, la perfección infinita, la sabiduría infinita, la bondad infinita, el poder infinito y la inmensidad infinita. El empleo de estos ciudadanos del cielo era únicamente la constante alabanza a Dios. Los celestiales festines, donde no faltaba la comida (aunque no con los manjares terrenos) estaban amenizados por instrumentos que eran interpretados con gran primor. Y reflejo de estas fiestas celestiales, y de ahí saldrá una idea importante, serán las sacras de la tierra. Los bienaventurados se gozarán con las fiestas celebradas por la Iglesia Triunfante. Se alegrarán en las fiestas del Corpus en la tierra, aunque celebrarán eternamente la Eucaristía en el cielo.

- Javier Burrieza Sánchez. Los jesuitas. De las postrimerías a la muerte ejemplar (PDF)

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