¿Es Richard Dawkins un buen embajador del evolucionismo?

La fuerte posición naturalista en favor de la teoría de la evolución y lo que a veces se designa peyorativamente como "ateísmo agresivo" ha puesto a Richard Dawkins muchas veces delante de feroces críticas que cuestionan su papel como representante público de la ciencia. Lo que es más interesante, algunas de estos reproches no proceden ya del mundo extracientífico, sino de los colegas. Michael Ruse (el autor de un ensayo tan interesante como La revolución darwiniana -PDF-), pongamos por caso, publicó un incendiario comentario en The Guardian en el que afirmaba sentirse "avergonzado" por ser ateo y evolucionista como Dawkins.  

Algunos de estos tópicos los ha recogido hace poco el blog Neuroanthropology, cuyo autor considera que Dawkins "está equivocado empíricamente" al afirmar que "es imposible creer en Dios y en la teoría de la evolución al mismo tiempo".

El problema es que la compatibilidad de la teoría de la evolución darwiniana con las creencias religiosas y el teísmo no es una cuestión sociológica o psicológica, sino filosófica (o incluso científica) y que en consecuencia debe situarse en el terreno dialéctico adecuado, reunido últimamente bajo el título de "acomodacionismo" (para mayores detalles es recomendable leer el blog de Jerry Coyne o este post reciente de Paleofreak en español).  No hay ninguna contradicción "empírica" (sociológica o psicológica) entre ser evolucionista y ser creyente, incluso si se consideran ideas contradictorias. Simplemente, Dawkins ha tomado un partido nítido e irreprochable por la crítica del compatibilismo, mientras que otros autores (como Francisco J. Ayala, uno de nuestros más distinguidos científicos) lo ha hecho por el partido opuesto, de un modo igualmente lícito. Dawkins no afirma que los teístas evolucionistas no puedan existir empíricamente, sino algo muy diferente: que están equivocados.

Uno de sus últimos libros, The greatest show on earth: The evidence for evolution, es de todos modos un ejemplo de que es posible afrontar un tratamiento riguroso sobre las "evidencias" de la evolución, al margen de los problemas del teísmo, el naturalismo o la teodicea que salpican otros libros y polémicas públicas.

Incluso aunque Dawkins resultara estar equivocado en "detalles cruciales" de la teoría de la evolución (la hipótesis del gen egoísta ha sido retada por los proponentes de la selección de grupo, y la memética por la neurofilosofía), su contribución a la comprensión pública de la ciencia no puede ser menospreciada por simples detalles del carácter o diferencias sobre la "sensibilidad" que debe adoptar la diplomacia científica.

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