Asimov y la religión

Isaac Asimov (1920-1992) es uno de esos prominentes "judíos ateos" que tanto han contribuído a ensanchar nuestro conocimiento sobre el ser humano y su "puesto en el cosmos", por recordar a otro hijo de madre judía ortodoxa, Max Scheler.

Esta herencia tradicional empieza a quedar claramente reflejada en su primera novela: El guijarro en el cielo (Pebble in the sky, 1950) que muestra la lucha de un emigrante europeo del siglo XX contra una dictadura teocrática que establece la eutanasia para mayores de 60 años. Pero es en la voluminosa saga de la Fundación (unas 16 entregas) donde estas influencias consiguen una mayor significación y trascendencia. En Preludio a la Fundación (1988), por ejemplo, Asimov lleva al héroe de la saga, Hari Seldon, hasta una provincia de Trántor conocida como Mycogen, otra sociedad cerrada y ortodoxa que llora en sus templos por el planeta perdido.

Toda la saga está marcada, de hecho, por un pronunciado "complejo de retorno" desde los confines de la galaxia hasta el planeta de los orígenes, un motivo característicamente judío, aunque también constituye las tramas homéricas (igual que estas, también la narrativa de la Fundación comienza in medias res).

De acuerdo con su propia autobiografía, Asimov pudo desarrollar naturalmente una actitud humanista y racionalista al no recibir ninguna instrucción religiosa específica:
A veces se ha sospechado que mi irreligiosidad era un acto de rebeldía contra unos padres ortodoxos, pero esto no es cierto en mi caso. No me rebelé en contra de nada. Para decirlo brevemente, soy un racionalista y sólo creo en aquello que me dicta la razón.
Con el tiempo, llegó a ser presidente de la Asociación Humanista Americana de 1985 a 1992, y con su vasta contribución literaria se convirtió en el gran crítico del provincianismo cósmico y de todo particularismo religioso, revelando una poderosa ideología liberal que no siempre ha sido apreciada como merece.

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