Por qué temen tanto al darwinismo social

Gregory Clark ha publicado una minuciosa respuesta contra las críticas a su polémico libro A farewell to alms, donde venía a sugerir una visión "malthusiana" de la historia: la supervivencia de los más capitalistas.

Una de estas críticas reprochaba a Clark resucitar el "darwinismo social" decimonónico, que aparentemente defendía la ética de los "superhombres" blancos, occidentales y burgueses. Se cumple la ley de Godwin también en los debates académicos: A medida que se extiende una discusión en Internet, la probabilidad de comparar cosas usando a Hitler o a los nazis tiende a uno.

Pero Clark no se propuso nunca derivar una ética de la naturaleza de las cosas (a veces llamada "falacia naturalista"), sino simplemente describir científicamente esta naturaleza. Determinar si el éxito reproductivo de los más capitalistas desde la era agraria ha dejado huellas genéticas es una trabajo empírico, no ideológico. ¿Y qué ganaría una política social -incluso una "progresista"- o una teoría ética simplemente dando la espalda a las evidencias?

Muchos de los historiadores, biólogos o antropólogos que tratan la relación entre naturaleza y cultura ven en el "darwinismo social" el peor de los monstruos. El mismo Arsuaga concluyó su intervención en Bilbao despejando dudas y repitiendo el argumento de Dawkins: hay que rebelarse contra los genes, o contra la naturaleza "roja en diente y garra". Es un juego de lenguaje peligroso, porque a veces insinúa una instancia no natural (como las "inteligencias" en las que al parecer creía Wallace) actuando en la historia y otras parece confiar en la omnipotencia de la ingeniería social para conducir con éxito la rebelión.

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