Lo sentimos: el dinero sí da la felicidad

Cuando nos enfrentamos a la relación entre dinero y felicidad dos grandes bloqueos nos salen al paso. En primer lugar, no es sólo un prejuicio popular, es que realmente tememos que el dinero al fín y al cabo compre la felicidad, un temor momentáneamente despejado tras el descubrimiento en 1974 de la llamada "paradoja de Easterlin", según la cual a partir de cierto nivel de renta (aproximadamente 15.000 dólares anuales), más dinero no da más felicidad. 

Desgraciadamente, dos jóvenes economistas de Pennsylvania aportaron nuevos y pertubadoras evidencias. La renta realmente importa: los niveles de satisfacción son más elevados en los países más ricos, y (al menos en EE.UU) las personas son doblemente "más felices" cuando ingresan 250.000 que cuando ingresan 30.000 dólares; en contra de las predicciones de Easterlin. Pero es mejor no tomarse el título de la entrada literalmente: la relación entre felicidad e ingresos sigue siendo compleja y esquiva. Los datos sugieren que las personas con ingresos inferiores a 30.000 dólares no serían más felices viviendo en países más pobres, y persisten importantes diferencias culturales, como que los brasileños sean el doble de felices que los búlgaros disponiendo del mismo nivel de renta.

El segundo bloqueo concierne a nuestra arraigada cultura científica y la relación que presumimos entre los análisis que los epistemológos llaman "cualitativos" (como parece ser el concepto de felicidad) y los análisis mensurables, cuantitativos. Daniel Gilbert, director del laboratorio de psicología hedónica en Harvard, no está de acuerdo con esta separación tajante. La felicidad y la experiencia subjetiva en general no son asuntos inasequibles para el reduccionismo. Gilbert piensa que la gente valora las cosas en función de sus consecuencias hedónicas; la diferencia entre donar dinero a un orfanato o ahorrarlo para comprarse un Mercedes no es de esencia sino de grado. A pesar de la posible disparidad ética de los resultados, ambas conductas provocan "experiencias hedónicas positivas" que son susceptibles de ser medidas y contrastadas. Como sospechaba Galileo, el libro de la naturaleza podría estar escrito en el lenguaje de las matemáticas:
La ciencia es el intento de reemplazar las distinciones cualitativas con distinciones cuantitativas. En un tiempo existieron dos clases: calor y frío, y resultó un enorme avance que los científicos se dieran cuenta de que ambas clases eran simplemente las manifestaciones de diferentes cantidades de movimiento molecular. Lo mismo fué cierto cuando los científicos se dieron cuenta de que el oxígeno y el hierro no eran dos clases diferentes de materia, sino más bien diferentes cantidades de materia, esto es, protones, neutrones y electrones. De modo similar, las diferentes experiencias subjetivas contienen diferentes cantidades de felicidad, la cual es una dimensión o ingrediente básico de la experiencia.

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