Solzhenitsyn, un mito de la guerra fría

El fenómeno Solzhenitsyn tiene varias caras. Desde la distancia, es decir, desde el extranjero, parecía un gigante que se enfrentaba, sin la ayuda de nadie, a una máquina dictatorial. Con el tiempo, sin embargo, esta percepción se ha ido complicando.

(...) La lucha de Solzhenitsyn se inspiraba, de hecho, en una ideología profundamente antidemocrática, a cuyo servicio estaba, y que combinaba elementos de "nacional-estatismo" y rasgos arcaicos de la religión ortodoxa. El escritor no ocultaba su hostilidad hacia los males de Occidente, ni hacia el concepto mismo de democracia, y alimentaba una concepción autoritaria propia y profundamente arraigada que, aunque no la formuló al irrumpir en la escena pública, fue desarrollando conforme avanzaba su lucha, especialmente en un momento de su vida en que presintió, con la publicación de Archipiélago Gulag, que las altas instancias lo invitaban a "matar el dragón", y a hacerlo en solitario.

Un libro como este, lanzado a la cara del régimen soviético, puede ser entendido como un acto de venganza literario-política: la condena de un sistema que había traicionado sus propios ideales y los de la humanidad al convertirse en un invierno sobre la tierra para millones de personas, includios Solzhenitisyn. Aun así, en ningún momento insinuó que, en el momento de su aparición, el gulag tal y como había conocido ya no existía (...) Era mucho más sencillo atacar a la Unión Soviétiva por su historia estalinista y fingir que seguía vigente, algo que le iba como anillo al dedo a su imagen. Porque Solzhenitsyn se consideraba el garante de los elevados valores heredados del pasado remoto de Rusia, y recurría a ese pasado en su intento de proponer soluciones para la Rusia del siglo XX.

- Moshe Lewin, El siglo soviético

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