La justificación moderna de la religión

La justificación utilitaria o condicional de la religión ya podría buscarse en Platón, no es una invención moderna. Sin embargo, en los últimos tiempos los argumentos utilitarios prácticamente han eclipsado a los demás. Empleando líbremente una distinción de Kant, podríamos distinguir entre las justificaciones hipotéticas de la religión, condicionadas a la persecución de fines seculares, y las justificaciones categóricas, que no están subordinadas a fines mundanos, sino a la afirmación de la verdad religiosa como tal. Entre las justificaciones hipotéticas se encontrarían los argumentos natalistas (la religión favorece la natalidad), morales (la religión favorece la moral), políticos (la religión favorece la paz civil) o psicológicos (la religión favorece la salud y la felicidad).

Un ámbito muy interesante para entenderlo es la justificación del sacramento eucarístico. Comparemos al doctor angélico con Ratzinger. La mayor autoridad eclesiástica medieval, Tomás de Aquino, afrontaba en su época una elegante exposición dialéctica sobre las dificultades y errores acerca de la conversión del pan en el cuerpo de Cristo en la Suma contra los gentiles (IV - LXI). Su perspectiva era eminentemente categórica, pues el aquinatense se esforzaba ante todo en presentar argumentos convincentes para afirmar la verdad de la transubstanciación, no sólo su utilidad. Es decir, su justificación tenía mucho más que ver con el "realismo factual" que con con el "realismo práctico", para emplear la artificiosa distinción de David Sloan Wilson. Tomás de Aquino no se conformaba con justificar condicionalmente el sacramento de la eucaristía, por su "eficacia simbólica", sino que desplegaba un argumentario basado en la ciencia física de la época, en particular en la doctrina de la substancia de Aristóteles. Cabría esperar que las justificaciones modernas de la eucaristía emplearan también argumentos categóricos, por ejemplo, intentando salvar las dificultades de la transubstanciación recurriendo a las ciencias físicas modernas (¿tendría que ver algo el gato de Shrödinger con la eucaristía?), pero no es así. Las encíclicas actuales pasan de puntillas sobre el tema de la presencia real (factual) y adoptan una perspectiva mucho más hipotética y condicional (práctica). Idéntica postura que hace poco sintetizaba el padre David Amado, desde un diario digital:
Si fuera falso (la eucaristía) estaríamos ante uno de los mayores enigmas de la historia, porque millones de personas se arrodillan ante Jesús sacramentado y muchos pasan horas ante él. Y aún habríamos de considerar los no escasos testimonios de personas que han entregado la vida para evitar su profanación.
Según Amado, la verdad de una creencia viene a ser proporcional al número de creyentes (más un cociente de mártires). Pero partiendo de semejante premisa, deberíamos deducir que las creencias en la tierra plana, en espíritus del bosque, o en todo tipo de líderes mesiánicos anteriores (y posteriores) a Jesús conservan también algo de "verdaderas", puesto que no carecieron de muchos seguidores. La verdad es que no hay ninguna razón científica para desestimar el engaño y el autoengaño como procesos no adaptativos. Más bien todo lo contrario. El "enigma" podría ser prematuro, dado que la evolución biológica en absoluto favorece siempre la información honesta. Un estudio reciente, por ejemplo, desarrolla un algoritmo para sugerir un posible origen evolutivo de la religión basado en la producción de información irreal y la atracción que ejerce en los participantes sociales.

Al menos en las religiones más "avanzadas", hay una evidente retirada secular de lo sagrado. El avance de las ciencias empíricas convierte en cada vez más improbables las últimas explicaciones religiosas o mitológicas, y esto provoca un permanente desplazamiento de las justificaciones religiosas hacia posiciones de partida cada vez más condicionales y menos categóricas, más humanas y menos religiosas. Se podrá decir que las relaciones entre ciencia y religión son muy complejas, pero nunca que sean armónicas.

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