Dos teorías sobre el alma

El ministro socialista Bernat Soria ha concitado una pequeña controversia, sobre todo en los medios católicos, después de atreverse a asegurar en una conferencia que "los embriones no tienen alma hasta pasados al menos 14 días". El criterio es empleado habitualmente por los investigadores biomédicos con células madre embrionarias, puesto que en los primeros días tras la fertilización muchas de ellas se dividen dando lugar a gemelos: "(...) de haber habido alma ¿qué pasó con ella?". Además, en general se considera que no hay cerebro o sistema nervioso en estos primeros días. Soria no es el primero en calibrar la edad del alma. Con otros criterios, Aristóteles ya había cifrado en 40 días para el hombre y 80 para la mujer el tiempo necesario para que se formara el "alma" en los seres humanos.

En general, y con la debida prudencia ante abstracciones tan tajantes, podríamos distinguir dos tradiciones teóricas para enfrentarse a la idea de "alma". Una esencialista y fijista (platónica) y otra gradualista o dialéctica (aristotélica-darwiniana). La teoría esencialista, especialmente en su versión fuerte (animación inmediata), es dominante en la teología cristiana. Una versión más suave (animación progresiva) puede encontrarse en Tomás de Aquino, que se inspira en Aristóteles. Para los esencialistas cristianos el alma es una esencia exterior a la materia, últimamente debida a Dios, más que un proceso de la materia (hoy diríamos: de la neurobiología del cerebro). Esta idea tiene una importancia especial en nuestra cultura, porque a juicio de muchos creyentes la "dignidad" y la moral humana no pueden salvaguardarse sin un fundamento espiritualista y trascendente al cuerpo.

A pesar del atractivo natural del esencialismo, el pensamiento gradualista es de hecho abrumadoramente favorecido hoy por el naturalismo científico, sobre todo tras la publicación de El origen de las especies. Este cambio substancial en la descripción científica del mundo, pasando de una rígida scala naturae a los complicados árboles evolutivos darwinianos (más complicados aún hoy) ha sido muy bien explicado por Ernst Mayr, como he recordado aquí tantas veces. Además de alterar las concepciones sobre la evolución de las especies, el "pensamiento de las poblaciones" no podía dejar intactas a las teorías tradicionales del alma, y es muy improbable que ningún candado teológico (o positivista, al estilo de Bernat) pueda clausurar el debate con afirmaciones dogmáticas.

Sería posible objetar que lo más parecido a una "ciencia del alma" actual, es decir, la neurociencia, no se ocupa propiamente del "alma", sino de las neuronas, las sinapsis, o los neurotransmisores, entre otras categorías manejables empíricamente, pero también es evidente que todos estos programas de investigación impactan en el entendimiento tradicional y retan concepciones intuitivas. El "alma" (en el sentido de Ryle) es una hipótesis intratable que ha sido virtualmente eliminada por las ciencias del cerebro y de la vida. No se espera a ningún neurocientífico riguroso buscando "fantasmas" en la máquina. Pero esta "eliminación" es por de pronto epistemológica, no tanto práctica. Larry Arnhart insiste habitualmente en que la reflexión bioética debe combinar la emoción y la razón, por lo que desestimar -a priori- el papel sentimental que juegan las ideas sería una actitud poco científica, y contraria en particular al naturalismo. En este sentido, la objeción de Bernat Soria es más interesante de lo que suponen algunos conservadores religiosos, pero mucho menos definitiva de lo que parece presuponer el mismo ministro, si damos crédito al titular periodístico.

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