Guerra y naturaleza humana

Afirma tajantemente Alejandro Gándara, sociólogo, que "la guerra no anida en la naturaleza humana" y que no debemos confundir las guerras modernas con las antiguas. La guerra se ubica más bien en la sociedad civil, es decir, en el estado. El argumento es viejo, ya lo esgrimía Rousseau en El contrato social:
La guerra no es, pues, una relación de hombre a hombre, sino una relación de Estado a Estado, en la cual los particulares no son enemigos más que accidentalmente, no en cuanto hombres, ni siquiera en cuanto ciudadanos, sino en cuanto soldados; no como miembros de la patria, sino como sus defensores. En una palabra, los Estados sólo pueden tener como enemigos a otros Estados, y no a hombres, puesto que entre cosas de distinta naturaleza no se puede establecer ninguna relación verdadera.
Esta ideología que desnaturaliza la violencia en general, y la guerra en particular, estaba muy bien representada en el llamado Manifiesto de Sevilla donde también se consideraba "científicamente incorrecto" afirmar que "hemos heredado de nuestros antepasados los animales una propensión a hacer la guerra" o que "cualquier otra forma de comportamiento violento está genéticamente programado en la naturaleza".

Sólo que no es científicamente incorrecto. Lo único "científicamente incorrecto" sería afirmar que la guerra es un destino, o que jamás puede ser evitada. De otra parte, no hay razón de peso para constreñir la guerra al enfrentamiento de estados, o para desestimar la naturaleza de la guerra porque se trate de un tema político: ¿acaso la política no anida en la naturaleza humana?.

En los años setenta Jane Goodall y otros primatólogos empezaron a hablar de "guerras de chimpancés" bastante cruentas que se alargaron hasta cuatro años. Al contrario de lo que establecía el manifiesto sevillano y secundan otros humanistas, la violencia de coaliciones es un comportamiento adaptativo entre los primates, aunque se discute su distribución entre especies, y algunos mamíferos especialmente avanzados cognitivamente, como los delfines. Es más, las sociedades de cazadores-recolectores tampoco se asemejan a la imagen del "buen salvaje" que sobrevive en la facultad de sociología. Las muertes violentas y la violencia organizada son típicas, y aún más cruentas que en las sociedades con estado. Hace poco Jared Diamond aportaba un escalofriante ejemplo sobre los ciclos de venganza en las sociedades de clanes de Papua Nueva Guinea. También convendría repasar las mismas instrucciones bíblicas para sistematizar y moderar la destrucción de los vencidos, indicio significativo de que la aniquilación del enemigo en absoluto es "un asunto completamente moderno", como por otra parte muestran muchos otros saqueos clásicos muy anteriores a la maldición racionalista: Cartago, Jerusalén, Roma...

Todos estos problemas y malentendidos figuran en una larga controversia entre las humanidades y las ciencias. Ya hay quien está diseñando un currículum para "unificar" el arte y la ciencia.

Lectura (para los lectores del blog de Gándara, además de Jenofonte): The evolution of war and its cognitive foundations, La guerra no es un programa estatal, Dos mil y una guerras.

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