Dos mil y una guerras



Neoconomicón reseña hoy la omnipresencia de eso llamado "guerra" más allá de la civilización y del estado. Cita una estimación de Lawrence Keeley -especulativa pero plausible- que elevaría la cifra virtual de caídos en conflicto durante el siglo XX a los 2.000 millones, de haberse continuado con el porcentaje de muertes violentas típico de las sociedades de cazadores y recolectores. Contra la indómita creencia en el buen salvaje, existe un consenso general sobre la disminución de la tasa de violencia en la era de los estados, una tendencia que no habría conseguido frenar ni siquiera la revolución francesa, el fascismo o el gulag. Después del estalinismo, el paradigma universal del "estatismo", incluso los ciudadanos soviéticos alcanzaron una esperanza de vida que prácticamente doblaba la expectativa promedio del siglo XIX. Este argumento, por supuesto, no debería emplearse para minusvalorar el peligro que representa el poder político absoluto, pero es muy pertinente contra la crítica utópica de los estados.

La guerra no es sencillamente "un programa gubernamental" porque 1) hay muchas "generaciones" de guerras y 2) ante todo, porque no todas quedan contenidas dentro del recinto histórico del estado. Además, para representar la esencia de la guerra, hoy parece que es indispensable combinar el análisis histórico con el enfoque naturalista. Un enfoque que nos aleja de la caracterización que hizo Rousseau de la guerra no "como una relación de hombre a hombre", sino como "una relación de Estado a Estado, en la cual los particulares no son enemigos, más que accidentalmente, no en cuanto hombres, ni siquiera en cuanto ciudadanos, sino en cuanto soldados" (El contrato social). Pero la guerra, en este sentido general, no puede ser meramente el producto de la política, de la "cultura" o de los procesos sociales, sino un mecanismo de agresión que cabe esperar teniendo en cuenta la configuración de la naturaleza humana. Tooby y Cosmides (The evolution of war, 1988) propusieron definir la guerra como un "diseño del pleistoceno", una clase especial de agresión específica:
La agresión coalicional evolucionó porque permitió a sus participantes promover su adaptación al facilitarles el acceso a los recursos reproductivos disputados que de otro modo se les hubiera negado.

(...) En cualquier parte donde son excluídos de la reproducción dos o más machos podrían cooperar físicamente para romper el monopolio reproductivo de otro macho.
A pesar del riesgo de muerte inminente, la presencia de agresión dentro de coaliciones es notable tanto entre los humanos como entre los chimpancés (a veces se ha comparado al belicoso chimpanché con el más "pacifista" bonobo), un rasgo reiterado que solicita una interpretación adaptacionista. La guerra es un fenómeno poco frecuente en la naturaleza debido a que está condicionada por 1) un complejo desarrollo cognitivo para la cooperación social de modo que ésta resulte lo suficientemente beneficiosa y 2) la evolución de algún dispositivo eficaz para detectar y excluir a los individuos no dispuestos a cooperar. Estas condiciones parece que sólo se dan en algunas especies "avanzadas" de mamíferos: delfines, chimpancés y seres humanos.

Puesto que la agresión dentro de coaliciones es un rasgo sobresaliente de la evolución humana, las protestas pacifistas o los presuntos principios simétricos de "no agresión" esgrimidos por los trascendentalistas de todos los partidos no deberían considerarse mucho más que fórmulas mágicas vacías de contenido. Precisamente porque la guerra es una adaptación, no un "ruido" evolutivo o histórico, existe la necesidad de imponer mecanismos de limitación en el poder político y en las organizaciones sociales.

Clark y Kubrick captaron muy bien la idea, aún pasando por alto los toques espiritualistas algo groseros del dichoso monolito. En 2001. Una odisea del espacio, se representa el origen de la "cultura" humana cuando un homínido creativo comienza a manipular unos huesos que convierte en armas agresivas, utilizadas para combatir victoriosamente contra otras bandas de homínidos. Se diría que la guerra no está al final del hombre, sino en el comienzo.

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