Calvinismo islámico y "orden extendido"

Resulta llamativa la obsesión del monarca romano por condenar hoy las prácticas abortivas en Suramérica, a la vez que, de modo más o menos explícito, se denuncian también las condiciones objetivas que harían posible la subsistencia de los neonatos y de los mismos "pobres y desamparados": es decir, nada demasiado diferente del "orden extendido" propio de la economía de mercado. Un orden que no depende de la "caridad", de la "solidaridad" o de la benevolencia mutua, sino del razonable grado de libertad que disfruten los agentes económicos para perseguir sus fines particulares dentro de un marco de reglas legales bastante más abstractas que el imperativo concreto y sentimental de "amar al prójimo". Se dirá que la intención del pontífice no consistía primariamente en condenar el "capitalismo", como muestra el nerviosismo que esta visita brasileña causa entre los nostálgicos de la barbarie y los mucho más perniciosos seguidores de la "teología de la liberación"; pero continuar recomendando "que los modelos de producción y consumo se propongan el respeto de la creación y las exigencias reales del progreso sostenible de los pueblos" o reprochar una y otra vez el "consumo exagerado" (oído hoy mismo en la COPE) son justamente el tipo de consejos y de retórica socialista que cuestiona las bases de la prosperidad posible. La sorprendente (?) regañina católica contra el "consumismo" de los brasileños no deja de recordar a las inoperantes Comisiones contra el Despilfarro que se pusieron en marcha en la Unión Soviética como tentativa de resolver el estancamiento de la productividad, una actitud característicamente comunista, pero ciega a la verdadera naturaleza de la economía extendida humana: el problema de naciones con tan vastos recursos humanos y materiales como las repúblicas soviéticas o Brasil no pudo ser nunca, y tampoco lo es hoy, ningún "consumo desmedido", sino, al contrario, un preocupante infraconsumo de bienes y servicios.

La más sobresaliente paradoja de la prosperidad es que el "orden extendido" del capitalismo no se fundamenta en las reglas más intuitivas de solidaridad, caridad o fraternidad, sino en un modelo de interacción humana que comunica entre sí a agentes "extraños" (por decirlo a la manera de Seabright) persiguiendo fines completamente diversos según cierta legalidad abstracta, pero que de cualquier modo terminan formando el auténtico "bien común" y la más genuina civilización. El hecho de que el trabajo de los fabricantes musulmanes de tela para pantalones vaqueros en las regiones centrales de Anatolia sirva para satisfacer las necesidades de los adolescentes budistas de Tokio, o los jóvenes protestantes de Kansas, podría servir como ilustración de una "solidaridad" espontánea muy distinta al deliberado "ecumenismo" religioso.

Precisamente este asombroso capitalismo en la turquía continental es objeto de un estudio de European Stability Initiative (vía Johan Norberg) que puede servirnos para comprender la compleja relación entre secularismo, religión y ética capitalista del trabajo. Los autores del estudio ponen a estas regiones islámicas de Anatolia como contraejemplo de las tesis "secularistas" sobre la formación de economías dinámicas. Se supone que la implantación de un Homo Islamicus crecientemente compatible con un renovado "calvinismo islámico" cuestionaría el "saber convencional" sobre la retirada del Islam ante el proceso de capitalización e industrialización. El historiador turco Niyazi Berkes, por ejemplo, había insistido en la esencial hostilidad del Islam para integrar el sistema de innovación y derechos individuales típicos de la ética capitalista -o "cataláctica", como prefieren llamarla los austríacos. La modernización debería tener lugar al precio de la desislamificación, una idea que tendía a reforzar la imagen europea de una Turquía doblada en dos mitades imaginarias: la comospolita Estambul y el centro atrasado y ultrarreligioso.

Y sin embargo, ¿no es esto -la modernización, secularización y desislamificación- exactamente lo que está ocurriendo, de modo gradual, en Anatolia?

Una visión completamente equivocada de la "secularización", a mi juicio, es la idea de que esta debe empezar triturando cualquier rastro significativo de religiosidad. Pero ninguna secularización puede comenzar, como debería ser evidente, suprimiendo las Iglesias y eliminando de raíz sus cultos y prácticas comunitarias. La sociedad secularista no se caracteriza por haber suprimido la religión, o por haber hecho volar todas las mezquitas e iglesias, sino por haber suavizado sus normas y tabúes, por haber separado paulatinamente clérigos y políticos, y por haber subordinado la piedad a los hechos fundamentales de la existencia.

Si los empresarios de Kayseri han podido relacionar el islamismo con la ética protestante del trabajo, o si sus representantes acostumbran hoy a resaltar algunas suras del profeta: "Nueve de cada diez partes de nuestro detino dependen del comercio y el coraje", sin duda esto tiene lugar porque existe una necesidad previa de escoger los pasajes coránicos o de la hadith que mejor se adapten a la nueva ética comercial, desestimando paulatinamente otros pasajes (mucho más abundantes, en realidad) en donde las virtudes de la guerra santa o la intransigencia dogmática predominan sobre el espíritu de tolerancia o el intercambio pacífico típico de las sociedades comerciales (hace unos días Spengler reflexionaba sobre esta resistencia a la libertad de las naciones árabes, mayoritariamente islámicas). Los mismos autores de ESI destacan en su informe que el desarrollo industrial en Anatolia ha dado lugar en las últimas décadas a procesos irreversibles de urbanización que, de modo paulatino acercan a los nuevos trabajadores turcos a los gustos y el modo de vida "moderna". Es decir, justamente los rasgos característicos de la secularización.

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