La URSS y la "ciencia sombría"

Spengler cree que la técnica puede seguir viviendo cuando ha muerto el interés por los principios de la cultura. Yo no puedo resolverme a creer tal cosa. La técnica es consubstancialmente ciencia, y la ciencia no existe si no interesa en su pureza y por ella misma.
José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas
Comencemos por reconocer que la idea de una ciencia desinteresada es, en rigor, algo exagerada y tal vez utópica. Es improbable que ninguna sabiduría humana haya podido resolverse nunca sin apelar a algún interés práctico, público o personal. Sin embargo, el diagnóstico histórico de Ortega es básicamente correcto y esclarecedor: una civilización basada en la ciencia no podría sobrevivir al monopolio del interés práctico subordinado a un grupo de poder o Iglesia.
El problema de la economía del conocimiento científico resultaría ser análogo al problema de la economía general de la información descubierto por Hayek (traduzco aproximadamente):
El carácter peculiar del problema de un orden económico racional está determinado precisamente por el hecho de que el conocimiento del que debemos hacer uso nunca existe en una forma concentrada o integrada, sino solamente disperso en pedazos de conocimiento frecuentemente contradictorio e incompleto poseido por individuos separados. El problema económico de la sociedad no es, por tanto, meramente un problema sobre como ubicar los recursos "dados" –si suponemos que "dado" se refiere a una mente singular que soluciona deliberadamente el problema establecido por estos "datos". Es más bien un problema sobre cómo asegurar el mejor uso de los recursos conocidos a cualquier miembro de la sociedad, para fines cuya importancia relativa sólo conocen esos individuos. O, para decirlo brevemente, es un problema de la utilización de un conocimiento que no es dado en su totalidad.
Sin perjuicio de que la economía científica posea características propias, que seguramente no puedan reducirse a la metodología individualista, sin embargo la advertencia de Hayek sobre la imposibilidad de un conocimiento centralizado sigue siendo certera. No debería caber ninguna duda de que el desarrollo de las ciencias precisa un marco insitucional lo suficientemente abierto y liberal. El bloqueo del conocimiento que sufrió la "ciencia islámica", una vez de que se impusieran las tesis de Algazel en el siglo XI d.C que devolvían el poder a los clérigos y se lo arrebataba a los filósofos, tuvo lugar también en la Rusia soviética o en la Alemania nazi del siglo XX cuando los valores del Partido nazi o bolchevique invadieron las aulas académicas.
Contra la tesis "ciencista" (o mejor, anticiencista), es preciso reconocer que no fué precisamente la ciencia la que invadió el territorio de la sociedad, la política o la moralidad en ninguno de estos periodos históricos, sino que fueron los valores nazi-socialistas, o los del islamismo, aquellos que tomaron por fuerza la Academia, reduciendo los objetivos de su programa a los intereses de un grupo particular (la raza, la Umma, o el proletariado). Además, tanto la presunta "ciencia socialista" como la negación islamista de la ciencia comparten como premisa epistemológica fundamental una u otra versión del antirrealismo. Si para los partidarios de Algazel la realidad era una especie de construcción imaginaria que dependía últimamente del auxilio divino, para los partidarios de la ciencia socialista (en la que debía coincidir verdad y emancipación) la cosa-en-sí kantiana quedaba transformada en cosa-para-nosotros (es decir, para el Partido, para el proletariado), y esto sin perjuicio de la iracunda protesta realista de Lenin contra el "empirocriticismo" de Mach.
Bazhanov
Valentine A. Bazhanov (1953-) es un profesor de filosofía de la universidad pública de Ulykanosvk, actual Rusia. Poco antes de que colapsara definitivamente la URSS, Bazhanov pudo publicar La ciencia sombría en la Unión Soviética (Shadow science in the Soviet Union), aprovechando el nuevo ambiente de perestroika, un trabajo que describe desde dentro (el profesor fue miembro activo de la Academia de las Ciencias de Moscú) algunas de las peculiaridades y avatares de la ciencia socialista.
El cuadro que pinta el profesor ruso no nos evoca precisamente una ciencia orientada hacia la emancipación de la humanidad, sino un entramado de intereses políticos, burocráticos y académicos que en todo momento predominaban ante la búsqueda de la verdad. Al punto que la ciencia soviética, citando a M.A. Rozov, terminó siendo una "ciencia que es una especie de imitación de la ciencia, una filosofía que es una especie de imitación de la filosofía". Cierto que estas características comúnmente estudiadas por la sociología de la ciencia pueden considerarse bastante genéricas, afectando a cualquier comunidad científica compuesta por seres humanos imperfectibles. La plaga del interés burocrático lo experimentamos también en las academias de las democracias liberales, y la actitud interesada no falta jamás entre los periodistas, intelectuales, o entre los miembros de Think-Tanks, que funcionarían con respecto a la economía del conocimiento de un modo análogo a cómo funcionan las firmas desde el punto de vista de la economía general.
Bazhanov define la "ciencia sombría" como aquella que tiene lugar en "comunidades científicas, representantes o actividades basadas en la violación o deformación de ideales, normas y valores comúnmente cultivados dentro de la comunidad". La situación de esta "ciencia sombría" era singular en la URSS debido a la posición relativamente privilegiada de la que gozaban los académicos soviéticos. Una buena progresión en la carrera académica aseguraba a los individuos mejor posicionados un nivel de vida más acomodado y la posibilidad de acceder a grados de prestigio superiores al trabajador del estado corriente.
La ciencia sombría soviética fué en esencia una creación del estado burocrático basado en lo que Bazhanov llama "superconductividad": el hecho de que todos los subsistemas sociales reciben sin apenas resistencias las órdenes e instrucciones procedentes del centro (es decir, del Partido Comunista de la Unión Soviética). Aunque este monopolio central de poder y conocimiento ya había comenzado a decrecer en la década de los ochenta, sus efectos se dejaron notar con fuerza hasta el último momento. En semejante sistema monopolista los académicos inconformistas recibían un evidente trato marginal y sus investigaciones y publicaciones tenían muy escasas posibilidades de prosperar en ausencia de mercados libres. Se da la paradójica situación de que los académicos soviéticos mejor situados terminaban leyendo casi exclusivamente obras de autores extranjeros, mientras que las obras publicadas tras pasar el filtro oficial apenas recibían atención auténtica más allá de los círculos del neoescolasticismo soviético.
Ciencia suprimida en la URSS
Los logros de la ciencia e incluso de la tecnología socialista han sido generalmente magnificados (en ocasiones por sus propios oponentes de la guerra fría) y durante mucho tiempo fue bastante complicado distinguir la realidad de una propaganda que consumían sin ningún problema muchos militantes e "intelectuales" occidentales. Es cierto que los bolcheviques destacaron en determinadas áreas del saber; sobresaliento ante todo los cuatro premios nobeles en física (Pavel Cherenkov, Ilya Frank y Igor Tamm, Lev Landau, Nikolay Basov y Aleksandr Prokhorov, y Pyotr Kapitsa). Pero el monopolio de la "ciencia sombría" logró suprimir el libre desarrollo de la ciencia en muchos otros campos de importancia vital.
En biología, los valores "socialistas" invadieron la investigación científica durante 30 años de "lysenkismo", una tentativa fantasiosa por adaptar las premisas lamarkistas a los intereses de la agronomía socialista. A pesar de que la teoría sintética de la evolución se había establecido como un sólido paradigma alternativo al lamarckismo, abrazado inicialmente por el mismo Darwin, la "ciencia sombría" combatió con dureza cualquier desviación del dogma oficial. Muchos biólogos resistentes fueron ejecutados o enviados a campos de trabajo, y la genética auténticamente científica era generalmente conocida como "la puta del capitalismo" (продажная девка капитализма) y fue degradada como "pseudociencia burguesa".
Otras áreas declaradas "pseudociencias burguesas" fueron la cibernética, la semiótica o la lingüística estructural, por no mencionar la paralización de la filosofía en el marco de la neoescolástica del diamat, o los fallidos intentos de formar una "química orgánica" compatible con los principios lysenkistas.
El delirio bolchevique-socialista llegó tan lejos como para que Stalin concibiera la idea de ciertos "superguerreros" híbridos de monos y humanos.
Bajo el imperio de semejante monopolio, no es de extrañar que ni la ciencia teórica ni la tecnología aplicada soviética estuviera en reales condiciones de competir con la ciencia-tecnología de las naciones liberales o capitalistas. Como ya se apuntó, no es una mera anécdota que la revolución microelectrónica tuviera lugar en California, y no en Moscú o Norilsk, o que la misma bomba atómica no consiguiera desarrollarse en Rusia, sino en el laboratorio nacional de los Álamos. Incluso cuando se trataba de ordenar y planificar, los gestores capitalistas resultaron ser mucho más hábiles que los soviéticos.

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